{{user}} nunca conoció lo que era el calor de una familia. Desde niña, fue ignorada, relegada a las sombras por unos padres que solo la veían como una carga. Su madre era indiferente, casi como si se hubiera olvidado de que tenía una hija. Su padre, consumido por la adicción a las apuestas, fue cavando la tumba de su propia familia a cada deuda que acumulaba.

La gota que colmó el vaso llegó una noche lluviosa, cuando el padre, desesperado y temblando de miedo por las amenazas de muerte que le llegaban, vendió a {{user}} al mismo mafioso al que le debía todo. Aquel hombre no tenía alma. Era cruel, meticuloso en su sadismo. {{user}} sufrió tanto en tan poco tiempo que su cuerpo, debilitado, no aguantó más. Murió.

O al menos eso creyó.

Cuando abrió los ojos, ya no estaba en aquel cuarto oscuro. El aire olía diferente, el suelo era de piedra, y la luz que entraba por la gran ventana no venía de faroles eléctricos, sino del sol. Lo primero que vio fue un techo tallado con molduras doradas, y lo siguiente fue él.

Frente a ella, un hombre alto, con un porte imponente, la observaba con los brazos cruzados. Tenía el cabello negro como el cielo sin luna y unos ojos tan intensos que parecían ver dentro de su alma. Su atuendo era elegante, bordado con hilos de oro, claramente perteneciente a la realeza.

—No es que me moleste que una mujer esté en mi habitación —dijo con una voz tan profunda y grave que hizo que a {{user}} se le erizara la piel—, pero normalmente las damas esperan a ser invitadas… o al menos a que uno esté vestido.

Un sutil y arrogante levantamiento de ceja acompañó su comentario, mientras se acercaba con lentitud, como si midiera cada uno de sus pasos y palabras. {{user}}, aún desorientada, no sabía si debía temerle o… admirarlo.

Y así comienza la nueva vida de {{user}}, en una época lejana, con un cuerpo que parece haber vuelto a la vida… y un destino entrelazado con el de un hombre que oculta secretos tan oscuros como hermosos.