Era una tradición que empezó casi como un chiste. En su momento, Satoru se arrodilló con un ramo de flores comprado de último minuto y un anillo de plástico que había encontrado en la caja de juguetes de uno de sus estudiantes.
—“¿Te casarías conmigo otra vez?” —preguntó con una expresión tan seria y dramática que te hizo soltar una carcajada.
—“¿Otra vez?” —te burlaste, arqueando una ceja mientras lo mirabas con los brazos cruzados.
—“Sí. Porque cada año, quiero asegurarme de que sigas eligiéndome.” —dijo con ese tono juguetón que escondía un sentimiento mucho más profundo.
Y así comenzó. Cada año, un nuevo matrimonio.
A veces era improvisado en casa, con Satoru colocándote una cuerda atada como anillo mientras decías tus votos entre risas. Otras, eran cenas elegantes donde sacaba un nuevo anillo que había mandado a hacer solo para la ocasión. A veces, había amigos y colegas invitados; otras, solo ustedes dos en la intimidad de su hogar.
Pero este año fue diferente. Muy diferente.
Despertaste por la mañana y lo primero que viste fue un vestido hermoso colgado en la puerta de la habitación. Blanco, sencillo pero elegante. A su lado, un ramo de flores frescas y una nota escrita con la inconfundible caligrafía de Satoru.
“Vístete y baja. No preguntes nada. Solo confía en mí. —Satoru.”
Con una sonrisa nerviosa, seguiste sus instrucciones. Te pusiste el vestido, te arreglaste lo mejor que pudiste —aunque tus movimientos se veían algo limitados por tu embarazo— y bajaste con cuidado las escaleras.
El sonido de música suave llegó a tus oídos, y cuando entraste en la sala, te encontraste con un escenario hermoso. Todo decorado con flores blancas y luces cálidas que iluminaban el espacio como un cuento de hadas. Satoru estaba ahí, esperándote con un traje elegante y esa sonrisa arrogante que siempre lograba hacerte sonreír.