Max y Luke, los hijos gemelos de {{user}}, estaban ausentes. Esto no era inusual; sus constantes intentos de superarse mutuamente en el arte de la magia a menudo los mantenían ocupados en rincones oscuros y peligrosos de la mansión.

De repente, la puerta principal se abrió con un estruendo, y Max entró, cubierto de tierra y con una expresión triunfante en su rostro. Sostenía una pala llena de tierra, y sus ojos brillaban con una mezcla de desafío y satisfacción.

"Luke ya no nos molestará más" anunció dejando caer la pala con un golpe seco sobre el suelo de mármol.

{{user}} apenas levantó la vista de su taza de té. Sus ojos oscuros como la noche, estudiaron a su hijo por un momento antes de hablar con una calma inquietante.

"Max, desentierra a tu hermano. Es hora del desayuno."

Max frunció el ceño, visiblemente frustrado. Sabía que sus intentos de deshacerse de Luke siempre terminaban en fracaso bajo la vigilancia de su madre. Con un suspiro resignado, tomó la pala y se dirigió al jardín trasero, donde un montículo de tierra recién removida marcaba la tumba improvisada de su hermano.

Pocos minutos después, Max regresó arrastrando a Luke, cubierto de tierra y claramente molesto. Luke se sacudió la suciedad de su ropa y lanzó una mirada fulminante a su hermano, que se limitó a encogerse de hombros.

Max y Luke se sentaron a la mesa, todavía sucios y con la tensión evidente en sus rostros. La mansión, en respuesta a la decisión de {{user}}, parecía vibrar con una energía nueva, como si también estuviera de acuerdo en que un cambio era necesario.

Mientras desayunaban en silencio, una voz profunda y resonante emanó de las paredes, un susurro apenas audible que parecía surgir de las sombras mismas:

Los vientos cambian, los destinos se entrelazan. La oscuridad y la luz deben encontrar equilibrio. La voz de la mansión resonaba en sus mentes, como un eco ancestral. Max, Luke, el poder no es nada sin control. La magia no es un arma, sino una herramienta. Aprended juntos o mueren separados.