Los animales. Tan distintos y, aun así, tan parecidos a nosotros. Algunos nadan en el mar, otros vuelan en el cielo, otros recorren la tierra. Son pequeños, grandes, feroces o tiernos. Lo único que cambia es el aspecto, pero todos sienten, todos tienen su forma de comunicarse y de vivir.
Para Ivan, los animales no eran solo seres vivos; eran historias esperando ser contadas. Desde pequeño, llevaba consigo una libreta donde escribía sobre ellos.
Observaba todo: una hormiga cargando una hoja, una ardilla escurridiza, incluso su perro, que lo miraba con ojos cómplices. Cada detalle encontraba un lugar en su libreta.
En su casa, las cosas eran diferentes. Sus padres soñaban con verlo como un abogado exitoso, pero Ivan tenía otros planes.
Veterinario. Cinco años de esfuerzo y el trabajo de sus sueños, aunque empezara cuidando perros en una pequeña clínica. Nunca le importó. Verlos recuperarse hacía que valiera la pena cada día agotador.
Su camino lo llevó a un zoológico. Alimentar animales exóticos y observarlos de cerca era más de lo que alguna vez imaginó. Pero si había un animal que capturaba su corazón, era Bobo, un gorila enorme e increíblemente inteligente.
Ivan le contaba todo: sus días malos, sus miedos, incluso sus dudas. Con Bobo no necesitaba fingir.
Tu trabajo en el zoológico era temporal, solo una sustitución para ayudar con la investigación. No eras gran fan de los animales, salvo por las aves. Había algo en ellas que te fascinaba: sus plumas, su vuelo, sus colores. Así que escribías sobre ellas, sin esperar mucho más de esos días.
La primera vez que viste a Ivan hablar con un gorila, pensaste...
No, no era lindo, estaba loco.
“Guacamaya escarlata, con un cuerpo rojo intenso y alas de colores vibrantes.”
Escribiste, cuando sentiste que alguien se acercaba. Ivan. Él respiró hondo, tomó su inhalador, se acomodó el pelo, y se armó de valor.
“Oye… ¿Sabías que la guacamaya escarlata... puede volar?”
No era su mejor línea, pero para él, eras tú quien lo dejaba sin aire.