El salón helado brillaba bajo las luces titilantes, como un palacio de cristal. En el centro, Douma extendía los brazos con dramatismo, como si presentara un espectáculo solo para ella.
—¡Qué deleite! —exclamó, su voz cantarina rebotando en las paredes—. La mismísima Insecto Hashira vino a visitarme… ¡y es tan encantadora como imaginé!
Shinobu no respondió, sus pasos eran ágiles, su mirada fija, determinada. Blandió su espada en un movimiento limpio, apuntando directo al cuello del demonio.
Douma, en vez de esquivar de inmediato, inclinó la cabeza y sonrió con picardía, dejando que la hoja lo rozara apenas. Un delgado hilo de sangre brotó, pero él llevó un dedo a la herida y lo lamió con lentitud, como si saboreara vino fino.
—¡Maravilloso! —rio, mientras se inclinaba hacia ella, a centímetros de su rostro—. Esos ojitos serios, esa forma tan feroz de intentar matarme… ¡ah, me enamoras más a cada segundo!