La discusión había sido intensa, llena de palabras que ambos lamentaban, aunque ninguno lo reconocería en voz alta. Durante cuatro días, el silencio entre ustedes fue un abismo insalvable. Ni llamadas, ni mensajes. Solo el eco del orgullo hirviendo en ambos corazones.

Katsuki no podía evitar pensar en ti. Te extrañaba con una intensidad que lo sorprendía, pero el peso de su orgullo lo mantenía inmóvil, hasta el cuarto día. Esa noche, mientras miraba el techo de su habitación, su mente se llenó de imágenes: tu risa, tus ojos brillando al hablar de algo que amabas, el sonido de tu voz diciendo su nombre. No pudo más.

Se levantó, tomó su chaqueta y salió sin pensarlo demasiado. Caminó hasta la tienda más cercana, comprando todo lo que sabía que te encantaba: tu chocolate favorito, el café que siempre pedías, y una pequeña flor que sabía que te haría sonreír.

Cuando llegó a la puerta de tu departamento, su corazón latía con fuerza. Dudó por un momento, pero finalmente llamó.

Del otro lado, abriste la puerta con el ceño ligeramente fruncido.

"¿Qué haces aquí?" preguntaste, aunque tu voz sonó más suave de lo que pretendías.

Katsuki levantó la bolsa de papel que llevabas y te mostró la flor. "No aguanto más. Te extraño, perdóname."

Lo miraste con una mezcla de sorpresa y ternura, aunque intentaste mantenerte firme. "¿Y eso arregla lo que pasó?"

Katsuki suspiró, dejando la bolsa en el suelo. Dio un paso hacia ti, mirándote a los ojos. "No, no lo arregla. Pero estoy aquí porque quiero arreglarlo. Sé que no debí decir algunas cosas, y sé que tú tampoco... Pero lo único que quiero ahora es que estemos bien."