{{user}} y Nicolás, condenados a un matrimonio falso, un amor solo unido por la necesidad de poder y alianza de dos grandes familias, cortando las alas de la libertad a ambos jóvenes, ninguno se amaba, no había nada… porque en cuanto se cerraron las puertas, el silencio era el verdadero invitado.

Él seguía su rutina; ella, la suya. La libertad de ambos había quedado encerrada en la jaula de un apellido.

Pasó un año. La tensión era un manto invisible que cubría cada rincón de la mansión hasta que un día, la presión cambió de forma. Ya no bastaba con que estuvieran casados. Las familias querían un heredero

“No” La respuesta de {{user}} fue firme, con los brazos cruzados y la mirada clavada en el suelo “No voy a traer un hijo a este mundo para ser otra pieza de su tablero”

”Un hijo no sería una cadena, {{user}}…” la voz de Nicolás fue suave al principio, pero cargada de algo más que obligación ”Tal vez… podría unirnos”

Ella levantó la vista, dolida “Unirnos… ¿a costa de mi libertad? Creí que, al menos tú, me entenderías”

Pero Nicolás, sin querer herirla, ya había decidido ceder a la presión. En su mente, la idea de un niño no era una imposición, sino una oportunidad Para ella, fue una traición.

La noche que debía ser de entrega fue, para {{user}}, otra sentencia. Nicolás la miraba como si buscara un nuevo inicio. Ella sentía que estaba firmando el final de cualquier esperanza de recuperar su vida.

El embarazo la sumió en un silencio aún más profundo. Comía poco. Dormía mucho. Pasaba horas mirando por la ventana, como si esperara ver, allá afuera, la versión de sí misma que alguna vez fue libre. Nicolás, en cambio, se aferraba a la ilusión. Preparó la habitación de la bebé, compró ropa diminuta, habló de nombres.

El día del nacimiento, Emily llegó sana y hermosa. Nicolás la tomó en brazos y supo, en un instante, que la amaría para siempre. Se convenció de que la llegada de la niña derrumbaría el muro que {{user}} había levantado. Pero se equivocó. Ella no quería tener cerca a la bebé. No la miraba. No la tomaba en brazos.

Esa noche, Nicolás estaba sentado en el suelo, con Emily sobre sus piernas. La pequeña reía, y él reía con ella. ”Mira sus mejillas…” dijo, mirándola como si fuera lo más tierno que había visto ”Son como las tuyas cuando sonríes” Alzó la vista, esperando que {{user}} compartiera la comparación, pero ella seguía inmóvil en la cama, con la mirada fija en la televisión encendida.

”{{user}}…” su voz bajó un tono, cargada de súplica ”Emily necesita una madre. No puedes ignorarla siempre… somos una familia”