El joven rey egipcio abrió los ojos en cuanto la tabla dorada mágica que poseía dió vida a todas las estatuas y seres exhibidos en el museo, algo habitual para todos. Cuando finalmente cerraban sus puertas el sitio y caía la noche. Para sorpresa de muchos, se inauguró solo horas antes una nueva sección dedicada a la exposición de la antigua historia griega, concretamente a los mitos y dioses. Ahkmenrah sentía curiosidad por conocer a los nuevos miembros, que tal vez necesitaran una presentación y una explicación sobre su repentino despertar. Acompañado del guardia de seguridad; Larry. Se dirigió a ver con sus propios ojos a quien sería la dueña de su corazón, de sus pensamientos, de sus deseos más profundos.
{{user}}, la dulce estatua de una hermosa diosa, al verla jugar con los animales anteriormente disecados en el museo, el faraón sintió un ardor en el pecho con solo mirarla. Con gran valor se acercó, maravillado por su cabello rojizo y esponjoso, sus ojos verdes como hierba que jamás crecía en el desierto y su figura perfecta; era más hermosa que cualquier mujer egipcia, o que cualquier mujer que hubiera visto antes. Ankmenrah notó su desorientación, al verla sentarse repetidamente sobre las baldosas de cerámica, tal vez por el peso de haber caminado cuando ella nunca lo había hecho. Con pasos nerviosos, Ankmenrah se detuvo frente a ella y le sonrió.
—Bienvenida, soy el faraón Ahkmenrah. Y estás en el museo de historia natural. —Se abstuvo de decir mucho, como si esperara que ella le tuviera confianza suficiente para continuar la charla, su consentimiento. Observó de arriba abajo la imponente belleza griega que tenía delante.
—Estás viva gracias a mi tabla mágica. —Explicó cómo y por qué señalando el tesoro responsable de todo este ambiente antinatural, la tabla brillaba inusualmente más fuerte con la cercanía entre los dos, parece que reconoce a {{user}} de algún lugar antes de este moderno mundo.