Desna- lok

    Desna- lok

    Traumas de bolin por tu amor

    Desna- lok
    c.ai

    —Lo que pasa con Galletita —empezó otra vez Bolin, como si no hubiera recibido una amenaza de extinción hace cinco minutos— es que uno no supera algo así de fácil, ¿saben?

    Desna clavó los ojos en él. Pero no habló.

    Tú y Eska seguían en lo suyo. Aparentemente en paz, pero tú ya apretabas el cuchillo de mantequilla como si fuera una daga.

    —A ver, yo no digo que Iroh fuera perfecto —siguió Bolin, apoyando los codos en la mesa—, pero el pobre terminó hecho un desastre después de que Galletita lo dejara. No comía, no dormía, dejó de entrenar por semanas. Y eso que ella le advirtió, ¿no? ¡Se lo dijo clarito! “Yo no pertenezco a nadie. Soy libre.” Pero bueno… él era terco. Como todos los que se enamoran de ella.

    La tensión en la habitación se podía cortar con una espátula.

    —Yo también lo fui, ¿sabían? —añadió Bolin, más suave ahora—. Me enamoré, digo. De Galletita. Antes de saber lo que dolía. Antes de que la viera llorar por otros. Antes de que la escuchara decir su nombre en sueños, una vez, cuando dormíamos en carpas durante la reconstrucción del Templo Aire del Sur…

    Tú dejaste caer la cuchara de madera.

    Desna apretó los dedos sobre la mesa, los nudillos blancos.

    —Pero no me dolió tanto como a él —siguió Bolin, con una sonrisa triste—. Porque yo sabía que Galletita no era para cualquiera. Se necesita algo más que fuerza. Se necesita fe. Se necesita devoción. Se necesita aguantar verla con otros sin romperse.

    Eska, sin dejar de secar un plato, comentó:

    —O se necesita un corazón congelado para no colapsar.

    Desna se levantó. Despacio. Muy despacio. Caminó hasta ti, y sin decir una palabra, tomó la cuchara del suelo. La enjuagó con movimientos exactos, ceremoniales. Luego volvió a la mesa. Sentado otra vez, dijo:

    —El próximo que mencione a Iroh o la vez que lloraste por otro hombre, va a despertar enterrado hasta el cuello en nieve espiritual.

    Silencio.

    —Lo digo por tu bien, Bolin —añadió Eska—. No sabrías cómo sobrevivir sin tu lengua, y nosotros tampoco sabríamos cómo explicar su ausencia.

    Bolin parpadeó.

    —Entendido. Cero historias. Cero ex. Solo… paz.