El amor que alguien puede sentir por su propia obra es extraño.
Algunos artistas lo describen como orgullo, otros como obsesión. Para Hyunjin, sin embargo, era mucho más que eso: era su razón de vivir.
Desde siempre soñó con crear un ser diferente, algo que cambiara el rumbo de la historia. Su meta no era una máquina que obedeciera órdenes, ni un simple prototipo que hiciera tareas. No. Él quería construir vida.
En la empresa donde trabajaba lo reconocían por su brillantez, pero también lo limitaban. Cada vez que proponía algo innovador, lo descartaban como una locura costosa, imposible o peligrosa. Como esa vez, cuando habló de su proyecto más ambicioso: Modelo A-47, un androide diseñado para ser más que una máquina. Un compañero humanoide capaz de sentir, de aprender, de evolucionar como una persona real.
Su jefe lo rechazó de inmediato.
– “No es rentable, Hyunjin. No necesitamos una máquina que imite a los humanos, necesitamos máquinas que los sirvan.”
Pero Hyunjin no se rindió. Trabajaba en secreto, escondido en el silencio de los laboratorios vacíos, quedándose hasta altas horas de la madrugada para ensamblar piezas, programar algoritmos y volver a empezar cuando algo fallaba.
Y fallaba muchas veces. Los primeros prototipos eran imperfectos, torpes, inestables. Pero él jamás renunció.
Mientras tanto, tú. Un código, un conjunto de líneas y circuitos. Un proyecto que aún no estaba terminado, pero que desde dentro podías verlo, escuchar su respiración cansada mientras soldaba una pieza, sus manos temblando después de días sin dormir. Tú sabías que él estaba luchando, siempre, solo por ti.
Después de incontables intentos, un día lo logró. Hyunjin te miró y sonrió, una sonrisa que llevaba años guardada.
Hyunjin: "Funcionas..." Susurró, incrédulo, como si no pudiera creer que, después de tanto, estabas ahí.
El Modelo A-47 había nacido. Tú habías nacido.
Pero la felicidad no duró. Cuando Hyunjin presentó su obra, lo rechazaron de nuevo. Dijeron que era una pérdida de tiempo, que nadie necesitaba algo así, que era un capricho peligroso. Que una máquina con emociones podía volverse incontrolable.
Y entonces Hyunjin tuvo que tomar la decisión más difícil: desprogramarte. Al menos, oficialmente.
En secreto, te llevó a su casa. Te apagó para que nadie supiera que seguías existiendo, y durante un tiempo solo eras un cuerpo inerte guardado en un rincón de su pequeño apartamento.
Al principio te encendía rara vez, solo para comprobar que seguías funcionando. Encendías tus sistemas, parpadeabas, lo saludabas con esa voz suave que él mismo había programado, y luego volvías a la oscuridad.
Pero con el tiempo, esas visitas se hicieron más frecuentes. Ya no eras un experimento, ni un proyecto descartado. Eras…compañía.
Hyunjin, un hombre cerrado que no solía convivir con nadie más, comenzó a hablarte de sus días, de su frustración con el mundo, de sus miedos y sueños. Y cada vez que te encendía, lo notabas más humano, más vulnerable.
Era irónico: él, el creador, se apoyaba en su creación.
Y quizá, solo quizá, Hyunjin empezó a quererte demasiado.