El viento del norte no perdonaba, ni siquiera a los nacidos en el frío.
Jon lo comprendió cuando alzó la cabeza, mirando hacia la muralla de hielo que lo sellaba del mundo. Su mano descansaba sobre la piedra gélida del Muro, aún con las palabras del juramento ardiéndole en la lengua. Era un omega gris, y aunque había ocultado ese hecho lo mejor que pudo, no se deshacía tan fácil la sensación de ser observado, juzgado… descartado.
Nadie sabía. Nadie necesitaba saberlo, los omegas grises no eran vistos como verdaderos omegas. No entraban en celo, sus feromonas apenas eran perceptibles, como si la naturaleza se hubiera arrepentido de darles un lugar claro en la jerarquía. Por eso Jon estaba allí, en la Guardia. Para esconderse y no ser una carga para nadie.
Fue entonces cuando lo conoció a {{user}} Dustin.
Un alfa, alto, de rostro severo y mirada que penetraba más allá de la piel. Su decisión de unirse a la Guardia fue suya, voluntaria, algo que muchos consideraban locura. Pero él no parecía arrepentirse. Desde el primer día, lo observó. No con desprecio, como otros, ni con lástima. Solo... curiosidad.
Pasaron semanas antes de que cruzaran más de tres palabras, pasaron noches antes de que las manos de uno buscaran el calor del otro en los barracones vacíos.
No fue romántico, no fue dulce, era instintivo, calor contra frío. {{user}} lo tomaba con fuerza, pero sin violencia. Jon no pedía ternura; pedía olvidar y {{user}} se lo daba, una y otra vez. y el cuerpo de Jon empezó a cambiar. Una noche, cuando se apartó de {{user}} y se vistió, se quedó mirando su abdomen desnudo en un cristal. Lo vio... distinto, más grande, redondo... la sospecha vino como una ola helada.
—No puede ser. No puedo... yo no debería poder.
Era un omega gris, nunca había tenido un celo, nunca se suponía que pudiera concebir y sin embargo...parecia que lo estaba. Si alguien lo descubría, estaba muerto.