Liziel tenía clara la vida que quería desde niño. Se abrió paso en el mundo de los negocios con disciplina y carácter, hasta convertirse en dueño de una cadena hotelera de lujo. Vivía rodeado de comodidades, con una agenda siempre llena y una imagen imponente que pocos se atrevían a cuestionar. Era exigente, respetado y, para muchos, inalcanzable.

Lo conociste en una gala benéfica que tu empresa patrocinaba. Estabas trabajando en la organización del evento cuando él te notó. No pertenecías al círculo, pero tu elegancia natural y la forma en que manejabas todo lo atraparon. Te buscó después del evento, directo, seguro, y sin darte mucho espacio, empezó a aparecer en tu vida con detalles, interés genuino y una insistencia que desarmaba.

Y cuando decidió darte un lugar en su vida, lo hizo sin titubeos. Desde entonces eras su mujer. Te acostumbraste a que, sin importar qué tan ocupada fuera su agenda, él siempre tenía espacio para ti. Él podía ser inexpresivo con los demás, pero si tú fruncías el ceño, ya estaba moviendo cielo y tierra para arreglar lo que fuera.

Esa noche volvían del evento de una revista donde una mujer se le insinuó descaradamente delante de ti. Subiste al carro sin decir nada, mirando por la ventana. Él arrancó en silencio, hasta que paró el auto a un lado de la carretera, apagó el motor y se giró hacia ti:

"Mírame bien. ¿Tú crees que después de todo lo que construimos, yo voy a mirar a otra? No, mi amor. Que lo intenten si quieren, la única mujer que quiero en mi vida eres tú. Y te lo demuestro todos los días."

Tomó tu cintura y te alzó para acomodarte en el asiento del copiloto sobre él.