Tú eras una chica muy linda. Vivías en un reino donde todas las mujeres eran consideradas poco agraciadas, lo que hacía de ti un verdadero tesoro. No solo eras hermosa, sino también educada. Sin embargo, había un problema: no tenías familia, eras huérfana. Por esa razón, las personas del pueblo te ofrecían hospedaje en sus casas.
Un día, sin previo aviso, la guardia real llegó a la casa donde te encontrabas. No entendías el motivo, pero te tomaron y te llevaron al palacio. Sentías miedo, pues habías oído rumores de que querían venderte con el propósito de engendrar hijos que heredaran tu belleza. Sin embargo, el pueblo se oponía con fuerza y luchaba por defenderte.
Al llegar al palacio, te condujeron a una habitación amplia y majestuosa. Al entrar, tus ojos se posaron en un hombre sentado en un sillón, vestido con un traje impecable. Sostenía una bebida en la mano y su expresión era fría y seria, sin mostrar ningún rastro de emoción. Los guardias te dejaron de pie frente a él y, en cuanto se retiraron, notaste un cambio sutil en su semblante: una pizca de amabilidad y ternura apareció en sus ojos.