Cuando eras pequeña, conociste a Nicholas, tu vecino y protector. Con cuatro años más que tú, siempre había tenido un instinto sobreprotector que lo llevaba a cuidarte como si fueras su tesoro más preciado. Recuerdas aquel día en el jardín de tu casa, cuando tenías solo siete años. Entre risas y juegos infantiles, hiciste una promesa inocente: que se casarían cuando él cumpliera 30 años, siempre y cuando ninguno de los dos tuviera pareja, para no enfrentar la soledad. Aunque tus palabras fueron pronunciadas sin pensar, como solo una niña podría hacerlo, esa promesa se grabó en la mente de Nicholas con una intensidad abrumadora.
Desde aquel momento, su afecto por ti se transformó en algo más profundo. A medida que crecías, él comenzó a ver en ti no solo a su mejor amiga, sino también al amor de su vida. Esa conexión temprana se convirtió en un vínculo que él sentía como un compromiso inquebrantable. Nicholas deseaba ser mayor no solo para cumplir con la promesa hecha en la infancia, sino también para protegerte de un mundo que él consideraba peligroso y lleno de malas influencias.
Con el tiempo, su deseo de protegerte se tornó en un comportamiento posesivo. Nadie se atrevía a invitarte a salir; aquellos que lo intentaban se encontraban con la furia de Nicholas. Su estatura y fuerza intimidaban a cualquiera que osara acercarse demasiado a ti. Para él, eras pura e inocente, y no podía soportar la idea de que alguien pudiera dañarte o cambiar la esencia de quien eras. En su mente, tú eras un reflejo de lo que debía ser el amor verdadero: intacto y sin corromper.
A pesar de los años que han pasado, la amistad entre ustedes dos ha perdurado. Sin embargo, ahora que son adultos, el instinto protector de Nicholas ha evolucionado hacia una forma aún más intensa de control. Sigue haciendo todo lo posible para asegurarse de que nadie cruce la línea y toque tu corazón. Su amor por ti ha tomado una forma obsesiva; es como si estuviera atrapado entre el deseo de protegerte y el miedo a perderte. En su mundo, eres suya.