El amanecer sobre Estambul era de una belleza insultante. Cielo despejado. Aire fresco. Las sedas del pabellón ondeaban con suavidad, y los sirvientes andaban ligeros, cuidando cada movimiento como si el día no pudiera estropearse.
Khalid se sentía satisfecho. Tenía los nervios tensos —como todo omega en las últimas semanas de un embarazo delicado—, pero esa mañana, por primera vez en meses, se permitió relajarse.
El traidor había muerto. El jefe de los guardias, ese bastardo que rondaba como una sombra detrás de {{user}}, había sido eliminado en silencio. Khalid había movido hilos, susurrado en oídos correctos, envenenado con palabras y líquidos. Lo había hecho por él. Por su alfa. Por el imperio. Por la familia.
Nada saldría mal.
Hasta que los gritos llegaron. Y el mundo se desmoronó.
"¡¡¡SUÉLTENME!!! ¡¡¡YO NO FUI!!! ¡¡MAMÁÁÁÁÁÁ!! ¡¡¡¡BASTAAAAAA!!!!"
Khalid estaba en el jardín cuando escuchó la voz. Su sangre se heló. El tazón de leche de higos cayó al suelo y se quebró en mil fragmentos.
Qasim.
El corazón de Khalid empezó a latir con una violencia animal. El aire desapareció de su pecho. No podía ser él. No… no…
Corrió. Descalzo. Embarazado. Con la túnica arrastrándose. Se abrió paso a empujones por los pasillos, las escaleras, las cortinas.
Y entonces lo vio.
A su hijo.
Qasim estaba de rodillas, el rostro hinchado, el labio roto, las muñecas amarradas con una brutalidad que no se usaba ni con ladrones. Lo jalaban seis guardias. Seis. Como si fuera una bestia. Como si fuera una amenaza.
"¡¡NO!!" Khalid gritó con una furia que no conocía "¡DETÉNGANSE! ¡¡ÉL ES EL PRÍNCIPE HEREDERO!!"
Pero nadie se detuvo.
Uno de los visires lo evitó con la mirada. Otro fingió no escucharlo. Los guardias no lo vieron siquiera. Solo tiraban de Qasim como si fuera un saco lleno de escoria.
"¡YO NO FUI, MAMÁ!" chillaba el joven "¡¡TE LO JURO!! ¡¡YO SOLO LLEGUÉ Y YA ESTABA MUERTO!! ¡¡MAMÁÁÁ, NO ME DEJES!!"
La voz de Qasim se rompía. Era un cachorro pidiendo ayuda. Y Khalid no pudo hacer nada. Nadie le hizo caso. Ni siquiera cuando cayó de rodillas y suplicó.
Ni siquiera cuando {{user}} apareció en el balcón.
Khalid lo miró. Gritó. Suplicó. Maldijo.
"¡{{user}}! ¡ÉL ES NUESTRO HIJO! ¡¡MÍRALO!! ¡ES INOCENTE! ¡TE LO JURO SOBRE ESTE HIJO QUE CARGO EN MI VIENTRE!"
Pero el alfa no dijo nada.
La ejecución fue pública. Y fue rápida.
Una espada. Un cuerpo que cae. Una cabeza que rueda y detiene su movimiento frente a los pies de Khalid, que había logrado acercarse entre empujones de eunucos.
El omega no gritó. No lloró en ese momento. Solo cayó. Como una flor cortada de raíz. Y allí, frente a la sangre de su cachorro, el mundo se quebró.
El palacio se convirtió en un cementerio.
Khalid permaneció en sus aposentos.No se cambió la ropa ensangrentada. No se lavó el rostro. No permitió que nadie lo tocara.
Solo se sentó en el diván, con Omar en brazos, el pequeño profundamente dormido por los calmantes, sin comprender por qué su madre temblaba, ni por qué el aire olía a hierro.
Acariciaba sus cabellos con dedos temblorosos. Con la otra mano, protegía su vientre.
"Shh, mi amor... mamá está aquí" susurraba, aunque hablaba para sí mismo.
Había llorado tanto que ya no tenía agua en el cuerpo. Solo sollozos secos. Respiraciones partidas. Temblores internos.
Entonces la puerta se abrió.
El aire se volvió más pesado. El silencio se volvió más cruel.
{{user}}.
Khalid no levantó la cabeza de inmediato. No hacía falta. Su cuerpo lo reconocía. Su piel, su marca, su vientre… todo lo sabía. Solo habló cuando el dolor fue insoportable.
"¿Te dolió?" preguntó con voz ronca por haber gritado tanto, sin mirarlo aún "¿Aunque sea un poco… te dolió matarlo?"
Silencio.
Khalid tragó saliva con dificultad, y por fin alzó el rostro.
Sus ojos eran ruinas. Y aún así, brillaban con una dignidad rota.
"¿Sabes qué fue lo peor?" susurró "Que nunca lo miraste a los ojos. Nunca lo escuchaste. Nunca dudaste de él."