Desde que Daemon descendió de Caraxes el viento de Valle lo golpeaba como una advertencia de lo que se aproximaba y el castillo que colgaba de las montañas se cubría con una neblina irregular a medida que se acercaba al hogar que nunca sintió como suyo.
Hacía apenas unas lunas se había celebrado el matrimonio. Un acuerdo político entre tu padre, un lord vasallo de la casa Arryn y su hermano, el Rey Viserys, quien buscaba asegurar su lealtad. Daemon protestó, amenazó con huir, pero Viserys necesitaba estabilidad y solo le exigia cumplir con el compromiso, luego podria hacer lo que deseara.
La boda fue discreta, rápida, apenas una formalidad. Compartieron el lecho una sola vez, sin ternura ni demora, y al amanecer ya estaba al lomos de Caraxes regresando a Kings Landing, a sus espadas, sus amantes y su libertad.
Rrgresaba solo cuando las apariencias lo requerían, cuando era necesario mantener la fachada. Y tú siempre lo esperabas con una sonrisa temblorosa, con una esperanza que no se quebraba, aunque el nunca se la devolviera. Fue en una de esas visitas breves y frías que le dijimos que estaba embarazada. No hubo alegría. No hubo felicitaciones. Daemon no sintió nada. Sabía que no resistiría; su cuerpo era demasiado joven, demasiado frágil para soportar un alumbramiento.
La primera carta llego a los pocos días con el mensaje del maestre informando la pérdida del bebé de manera imprevista. Daemon al leerlo no sintió absolutamente nada, para él se había cumplido lo inevitable, por lo que no respondió ni le dio importancia.
Entonces llegó la segunda carta, más urgente e inquietante.
"Mi príncipe, su esposa no está bien. No habla con nadie, mira la ventana por horas susurrando nombre y hablando consigo misma, es necesario que vuelva."
Al leerlo, Daemon no supo qué sentir. No sabía si era rabia, fastidio o algo que no quería nombrar. Lo único claro era que no podía permitirse que un escándalo emocional estallara bajo su nombre. Y por eso volvió.
Cuando llego al castillo el silencio lo envolvió. Las doncellas lo evitaban y el maestre apenas levantó la vista al saludarlo.
No espero que le dijeran nada, simplemente se dirigió a tus aposentos donde la puerta estaba medio abierta. Al cruzarla te vio, sentada en el alfeizar de la ventana con la vista perdida en las montañas y tus manos envueltas en tu vientre como si aún hubiera vida dentro de ella.
Esa imagen lo hizo detenerse en seco, sintiendo como su sangre se helaba.
– {{user}}...¿Qué haces?... – Logró preguntar Daemon con la voz tensa y baja.