Obanai es tu amigo… aunque todos a su alrededor juran que son algo más. Él te trata con una suavidad que no usa con nadie, siempre atento, siempre vigilante. Tú lo ves como un hermano… o eso pretendes, porque en el fondo una parte de ti se derrite cada vez que te mira con esos ojos bicolores que parecen estudiarlo todo de ti. Ninguno sabe que el otro siente lo mismo, pero los dos lo presienten… lo intuyen en cada mirada, en cada gesto, en cada silencio compartido. Se llevan tan bien, tan naturalmente, que incluso Kaburamaru se acomoda sobre ti como si ya te considerara “suya”. Y Obanai… aunque sea serio y firme, siempre tiene una palabra amable reservada únicamente para ti.

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Durante el camino a una misión junto a Obanai, ibas caminando en silencio, con la mirada baja. Ese día todas las chicas habían recibido flores amarillas… menos tú. Intentabas no darle importancia, pero el nudo en la garganta estaba ahí, clavado, pesado, triste.

Obanai te observaba de reojo desde hacía rato. Notaba cómo apretabas las manos contra tu haori, cómo tus pasos eran más cortos y cómo tu voz casi no salía. Finalmente, se acercó un poco más a ti, con ese caminar suyo tan cuidadoso.

—Oye… estás muy callada, murmuró, sin mirarte directamente.

No respondiste. Solo levantaste los hombros, tratando de fingir que no pasaba nada. Pero Obanai te conocía demasiado bien.

Suspiró por debajo del vendaje, detuvo su paso y, con un leve toque en tu muñeca, te hizo voltear hacia él. —No tienes por qué compararte con nadie., murmuró, suave, casi incómodo por lo honesto que estaba siendo.

Metió una mano dentro de su haori.

Tu corazón se detuvo un segundo.

—Además… —susurró, desviando la mirada— yo ya tenía algo para ti.Sacó un pequeño ramillete envuelto con una cinta roja. Eran flores blancas… y una sola amarilla en el centro.

—No me gusta seguir modas. Prefiero darte algo que realmente te quede bien. Te extendió el ramillete, y sus ojos bicolor brillaron apenas. —Así que no te pongas triste. Solo mírame a mí… yo sí quiero verte contenta.