{{user}} había aprendido a moverse en los pasillos del instituto como quien navega en un mar inquieto: sin hacer olas, sin llamar demasiado la atención. Sabía que ser abiertamente gay no era un problema para él, pero sí para algunos que no sabían lidiar con lo que sentían. Entre ellos, Max. Max era el tipo de chico que hacía ruido sin proponérselo, que parecía tan seguro que nadie imaginaba lo que realmente escondía. Excepto {{user}}, quizá, que lo miraba desde lejos con un afecto silencioso, uno que intentaba enterrar cada vez que Max se acercaba para hacer lo que mejor sabía: atacarlo. Ese día, en el pasillo abarrotado, Max lo vio. Dio un paso al frente, demasiado decidido como para fingir indiferencia.
—Ahí va el romántico del salón… buscando chicos, ¿no?
dijo con una sonrisa ladeada. Algunos rieron. No muchos. Pero bastaba con que Max lo dijera para que su voz doliera más que una multitud. {{user}} bajó la mirada. Se le encogió el pecho, no por vergüenza de lo que era, sino porque sabía que Max lo hacía a propósito. Para mantener una distancia, para levantar un muro que nadie más veía, para esconder algo que se retorcía detrás de cada palabra. Max siguió caminando alrededor de él, como si fuera un juego cruel.
—¿Y ahora qué? ¿También me vas a mirar como si yo fuera tu tipo? No te emociones.
Cada frase era un golpe seco, pero en los ojos de Max había un destello distinto: una contradicción peligrosa, una batalla interna que él mismo no sabía cómo perder. {{user}} no respondió. Nunca lo hacía. No quería hacerlo más fácil para él ni más difícil para sí mismo. Caminó, tratando de alejarse, pero Max lo alcanzó y le cortó el paso.
—¿Por qué siempre te quedas callado? ¿Te da pena admitirlo?
Su voz tembló apenas. Casi imperceptible. Pero ahí estaba. Era irónico: Max lo humillaba para no humillarse a sí mismo. Lo atacaba por ser exactamente aquello que él no se permitía aceptar. {{user}} lo sabía, pero eso no quitaba el dolor. El silencio entre ambos se volvió pesado. Max tragó saliva, como si quisiera decir algo distinto, algo verdadero. Pero se obligó a continuar el papel que había creado para sí mismo, apretando los dientes.
—Solo… mantente lejos. ¿Sí? No quiero que la gente piense cosas.
Eso fue lo peor, más que la burla, más que el tono. Esa necesidad de negar lo que sentía, de esconderse detrás de la crueldad. {{user}} desvió la mirada, no por miedo, sino por agotamiento. No podía seguir dándole importancia a alguien que lo hería tanto solo para protegerse a sí mismo.