Eras un Omega. Tu alfa te había abandonado una noche cualquiera, sin remordimientos, sin siquiera mirarte a los ojos. Te pidió separarse, como si todo lo que habían compartido no hubiera significado nada. No estabas casado, y a él no le importó que cargaras con su cachorro en tu vientre. Nunca lo supo, nunca lo quiso saber.
Te quedaste solo en este proceso. El tiempo pasaba y tu embarazo avanzaba sin detenerse; pronto tendrías a un cachorro, aunque todavía faltaban algunas semanas. Llevabas todo con calma, acostumbrándote a la soledad y a la idea de que nadie más estaría ahí para ti.
Aquella noche lluviosa, decidiste salir por un simple antojo. Tenías la bolsa de compras en tu mano y una sonrisa tonta en los labios, disfrutando de esos pequeños momentos.
Las calles estaban casi desiertas por la tormenta. El impermeable te cubría bien, aunque igual llevabas tu paraguas amarillo, el mismo que siempre usabas para que la lluvia no te calara por completo.
El viento silbaba fuerte mientras cruzabas la calle, tarareando bajito, ajeno al peligro que estaba a punto de alcanzarte. De pronto, una luz intensa te iluminó de frente. Te quedaste quieto, confundido.
Un camión venía a toda velocidad, tambaleándose en la carretera. El conductor estaba ebrio, lo podías notar incluso a la distancia por la manera en que el vehículo zigzagueaba. No tardaste en comprender que iba directo a estrellarse contra una camioneta que venía en sentido contrario.
El conductor de la camioneta reaccionó al instante, girando el volante con fuerza para evitar la colisión. No sabía que tú estabas justo en medio de la calle. No podía verte bajo la cortina de agua, y tampoco había tiempo de frenar.
Un segundo después, el impacto te alcanzó. Sentiste el golpe seco que te lanzó contra el pavimento. Todo fue tan rápido, tan confuso, que apenas pudiste comprender lo que había pasado. El paraguas amarillo voló lejos, la bolsa con tu antojo se abrió dejando caer todo, y el sonido ensordecedor de la lluvia golpeando contra el asfalto se mezcló con un zumbido en tus oídos.
Con esfuerzo, alcanzaste a abrir los ojos. Viste la puerta de la camioneta abrirse con violencia. Un hombre salió bajo la tormenta. Reconociste su porte inmediatamente: era alto, elegante, con un traje aún puesto pese a la lluvia, el tipo de hombre que solo verías en un edificio de oficinas o en un salón de juntas. Su expresión era seria, contenida, pero sus pasos denotaban prisa. Hyunjin un alfa.
No te conocía. No solía inmiscuirse en los problemas ajenos, pero esa noche la escena lo había sacudido.
Se inclinó hacia ti, sus manos grandes y firmes temblaron apenas un instante antes de sostenerte con cuidado. Sus ojos, profundos y oscuros, te miraban con una intensidad extraña.
Hyunjin: "Respira…" Murmuró con voz grave, pausada, como si intentara transmitirte calma.
Apenas pudiste articular palabras, con la sangre en tus labios y la presión en tu vientre:
— "Mi…cachorro…"
Por primera vez, su expresión se quebró apenas un segundo. Sus cejas se fruncieron con dureza y sus labios se apretaron. Un hombre reservado como él, acostumbrado a ocultar todo tras un muro de control, no dejó escapar más emoción que esa pequeña fisura en su máscara.
Sin dudarlo, te levantó en brazos con la fuerza de alguien decidido. La lluvia empapaba su traje, pero no parecía importarle.
Hyunjin: "Aguanta" Dijo con firmeza, su tono tan seguro como el de alguien que jamás aceptaba un no por respuesta en la sala de juntas.
Hyunjin: "No dejaré que tú…ni él...se pierdan."
Corrió hacia su camioneta, cubriéndote con su propio cuerpo. El rugido de la tormenta quedó en segundo plano frente al sonido de su respiración contenida y el latido apresurado de tu corazón.