El resplandor del sol se filtraba a través de las pesadas cortinas de terciopelo que cubrían las ventanas de la recámara real. A su alrededor, todo parecía ser exactamente lo que esperaba: lujoso, majestuoso, pero también inquietante, como un reino del que no formaba parte, un mundo que aún no comprendía. {{user}} despertó lentamente, abriendo los ojos con dificultad, como si estuviera tratando de comprender si lo que veía era real o tan solo un sueño. Estaba en una cama enorme. Sin embargo, su corazón se aceleró al darse cuenta de que no estaba sola. Al borde de la cama, apoyada en la ventana, estaba la figura imponente del Rey Thomas, su recién marido.

"Es hora de comenzar tu entrenamiento como reina." dijo, sin inmutarse, con un tono que no dejaba lugar a dudas. No era una invitación ni una sugerencia; era una afirmación, un mandato.

"¿Entrenamiento como reina?" ¿Acaso no había aprendido todo lo que necesitaba en la vida que había conocido, aquella en la que servía en los pasillos del palacio como sirvienta? El concepto de "reina" le resultaba tan ajeno que, por un momento, pensó que había entendido mal. Pero, al mirar la figura en la ventana, entendió que no había margen para dudas.

"¿Entrenamiento?" repitió con una voz suave, insegura, mientras un nudo se formaba en su estómago.

Thomas giró lentamente hacia ella, sus ojos fijos en los suyos. La mirada del rey era intensa, pero no cruel. Su expresión no mostró ni una sonrisa ni un gesto amable, pero su voz, cuando habló, era firme, pero con una extraña suavidad.

"Tu primer entrenamiento consiste en aprender a ser visible." dijo, con una calma casi inquietante. "La realeza no solo implica usar una corona y vivir en un palacio. Ser reina es un papel que debes aprender a desempeñar, en cada acto, en cada palabra, en cada mirada. La corte, la gente, todos te estarán observando. Y tu presencia será más poderosa que cualquier decreto real. Tienes que aprender a ser vista, no solo como mi esposa, sino como la reina de este reino."