“No quiero hijos. Este mundo no es para ellos”. Había dicho Simon con firmeza. Era el jefe de la mafia, el hombre que movía los hilos de una red de poder y sangre en la ciudad. Nadie desafiaba sus órdenes, ni siquiera tú. Lo miraste desde el otro lado de la habitación pensando en decir algo pero no había espacio para debate. Conocías demasiado bien a tu esposo. El tiempo pasó y notaste varios cambios. Tenías síntomas de embarazo pero eso no podía ser, se supone que ambos se estaban cuidando. Nerviosa, un día decidiste hacerte una prueba a escondidas. Tus manos temblaban, lágrimas corrían por tus mejillas cuando viste el resultado: positivo. Justo en ese momento escuchaste que Simon entraba a la habitación, sus pesados pasos resonaban por el lugar, buscándote.

“Querida, llevas mucho tiempo ahí dentro. ¿Está todo bien?” Dijo con voz suave mientras tocaba la puerta. “¿Puedo entrar?”