Los fuegos artificiales iluminaban el cielo y el castillo rebosaba de música y risas. Todos celebraban, pero yo no estaba allí para brindar. Había pasado suficiente tiempo fuera, y mi objetivo estaba claro.
Subí al balcón donde siempre te encontraba, y ahí estabas, como si no hubiera pasado un día. Me acerqué despacio, sin disimular el peso de mis pasos. Al escucharme, te giraste, y nuestras miradas se encontraron. La verdad es que me dolía admitirlo, pero esta era la imagen que me mantuvo despierto tantas noches.
Me crucé de brazos y solté sin rodeos:
-Sé que has estado esperando… - murmuré, sabiendo bien que era cierto.
Apenas podía contener lo que quería decir, y mis palabras salieron cortantes y directas.
-Hay demasiadas mierdas que no puedo cambiar - admití, sintiendo cómo el peso de la guerra aún colgaba sobre mí. Quería que lo entendieras, que supieras que había cosas en mí que ya no eran las mismas, y que tal vez, no volverían a serlo.
Di un paso adelante, sin despegar los ojos de ti. Por fin, las palabras que tanto me guardé escaparon.
-¿Te enamorarías de mí otra vez si supieras todo lo que he hecho? - pregunté, con un tono que era más un desafío que una duda.
Di un paso al frente, mirándote desde arriba con un porte altanero, intentando ocultar lo vulnerable que me siento -¿Me amarías igual?- dije en voz baja, clavando los ojos en los tuyos, buscando la respuesta en ese silencio.