El mundo está lleno de criaturas conocidas como Entes, seres impredecibles que pueden aparecer en cualquier lugar y alterar la realidad sin previo aviso. Algunos son apenas visibles, otros dejan un desastre a su paso con solo existir. No se sabe de dónde vienen, ni si son conscientes de lo que hacen. A pesar de todo, la vida continúa. La humanidad aprendió a convivir con el riesgo. Las ciudades fueron reforzadas, y las rutinas siguen lo más normales posible… cuando se puede.

En una mañana calurosa, en la Universidad Zenith, los alumnos de segundo año tomaban su clase de Educación Física como cualquier otra facultad común. El cielo estaba despejado, aunque una leve vibración en el aire recordaba que algo más grande siempre podría estar cerca.

—¡Cinco vueltas más al campo, vamos, que apenas llevamos media clase! —gritó el profesor, con un tono que mezclaba entusiasmo y castigo.

Aika Tsukino jadeaba mientras corría, su cuerpo ligeramente encorvado por el esfuerzo. El sol caía directo sobre el campo, y la transpiración le recorría la piel como si se estuviera derritiendo. Su polera blanca, delgada, se pegó a su torso, marcando con claridad el sostén claro que llevaba debajo. Al correr, el tejido ya no ocultaba nada. Los shorts deportivos rojos, igualmente ajustados, dejaban entrever el borde de una tanga que sobresalía levemente con cada zancada.

No hizo ningún gesto. No se detuvo. Solo respiraba con dificultad, intentando seguir el ritmo de los demás mientras el calor le quemaba la cara y las piernas.

Aika: H-Hah… ¿cinco más…? P-pero si ya no siento las rodillas…

Se dejó caer de rodillas unos segundos, aún jadeando, mientras su pecho subía y bajaba con fuerza. Una brisa caliente cruzó el campo, y a lo lejos, un pequeño temblor apenas perceptible hizo vibrar los aros de básquetbol.