{{user}} había pasado semanas evitando los lugares donde solía encontrarse con Ran Haitani. Desde aquella noche en que discutieron sin razón, el vacío entre ambos se había vuelto insoportable. Recordaba sus manos frías, su forma arrogante de hablar y la manera en que la abrazaba como si el mundo pudiera desaparecer en ese instante. Nadie había logrado llenar el hueco que él dejó, y aunque intentara odiarlo, no podía.

Ran tampoco había logrado ignorarla. Se había refugiado en su violencia, en sus peleas y en cualquier excusa para no aceptar que extrañaba a la única persona que lo había querido sin condiciones. Los recuerdos lo perseguían a cada maldito sitio al que iba, y aunque nunca había sido un hombre de pedir disculpas, esa noche no pensaba seguir ocultándolo.

Cuando la encontró sola en aquella vieja terraza, el peso de los meses se notó en sus ojos. No había rencor en la mirada de {{user}}, solo un cansancio triste que le dolió más que cualquier herida que le hubieran hecho. Ninguno dijo nada al principio, pero el silencio estaba cargado de todo lo que no se habían atrevido a decir desde su última pelea.

Ran se acercó despacio, sin arrogancia ni su típica sonrisa burlona. La tomó de la muñeca con suavidad y susurró, rompiendo el aire tenso entre los dos. "No alcanzo a comprender por qué te dije adiós" soltó, con una voz más rota de lo que habría querido. Por primera vez, no era el Haitani cruel ni el que gobernaba las calles, sino un hombre aferrado a la única persona que siempre había sido real para él.