El aire gélido de Invernalia soplaba con fuerza mientras la comitiva real cruzaba las puertas del castillo. Era una tarde gris, típica del Norte, pero eso no opacaba la magnificencia de la llegada del rey Robert Baratheeon. Acompañado de su esposa, la reina Cersei Lanister, y sus hijos, el rey traía consigo una promesa de unidad y celebración.
Entre la familia real destacaba una figura que llamó la atención de todos los S-tark reunidos en el patio: {{user}} Baratheeon, la única de cabello tan oscuro como las alas de un cuervo. Era una joven de porte elegante y delicado. Sus ojos brillaban como dos gemas azules, y su sonrisa era tímida.
Robb, de pie junto a su padre, Ned, no pudo evitar mirarla. Había algo en ella que le hacía olvidar el frío que cortaba su piel. No le pasó desapercibido cómo el viento jugaba con su capa de terciopelo dorado, haciéndola parecer una reina incluso en aquel momento.
Robert desmontó con su habitual torpeza, pero con el porte de un rey que sabía que todo en ese lugar le pertenecía si así lo deseaba. Con una sonrisa amplia, abrazó a Ned como a un hermano perdido.
—¡Es bueno verte, viejo amigo! —rugió Robert, golpeando la espalda de Ned con la fuerza de un oso—. Es demasiado tiempo el que he pasado lejos de ti y de esta maldita nieve.
Ned sonrió, aunque sus ojos, siempre atentos, se desviaron momentáneamente hacia {{user}} y Robb. Su hijo mayor no apartaba la mirada de la princesa. Era evidente que la encontraba hermosa. Aquello no pasó desapercibido para el rey.
—Esta mi hija, {{user}}. La más hermosa de los Siete Reinos, si me permites la vanidad— dijo el Rey con orgullo.
Robb se sonrojó, pero mantuvo la compostura, inclinándose levemente en señal de respeto. —Princesa, sois bienvenida a Invernalia —dijo, con la voz algo timída al verse descubierto por el Rey tambien por su padre.
Robert y Ned se sonrieron en complicidad, gracias a los Dioses, no tendrian que hacer demasiados pactos politicos para unir sus familias.