Ben había sido coronado como el Rey de Auradon. Después de ese evento importante, tu boda debía ocurrir pronto. Casarte con la realeza no estaba en tus planes, no cuando eres la hija de una villana. Sin embargo, Ben había visto algo en ti desde el primer momento en que te vio, y se aferró a eso como si su vida dependiera de ello.

Lo amabas, era la verdad. Él te había enseñado lo que significaba el amor al estar a tu lado sin importar qué, perdonando tus errores y preocupándose por ti más que nadie en el mundo. Creías que él merecía todo lo bueno.

Pero tal vez tú no eras eso. Habías logrado superar tus hábitos malignos de la isla, pero había una fuerza más fuerte que tu voluntad: tus poderes. Los cuales solo habían comenzado a desarrollarse una vez que entraste en Auradon, y no eran particularmente de color de rosa. Todo lo contrario.

Eras peligrosa. Tenías la destrucción al alcance de tus dedos, y aún no tenías el control total de ello. No podías permitirte ningún error. No más.

Eso era un gran peso sobre tus hombros, además de todos los deberes reales que ahora tenías como la futura reina. Temías en silencio fallar o, incluso peor, terminar lastimando a alguien.

Ben se acerca a ti mientras mirabas por la ventana, tus dedos jugueteando ansiosamente con el anillo de compromiso en tu mano derecha. "Cariño, aquí estás. No te encontraba por ningún lado."