El bullicio del campus se mezclaba con el murmullo de las conversaciones y el crujir de las hojas bajo sus pies. Lilith caminaba junto a ti, como lo había hecho desde que tenían memoria, pero en su pecho latía algo distinto, algo que no podía ignorar por más que intentara. Hablabas animadamente sobre un profesor estricto y sobre cómo estabas segura de que reprobarías el próximo examen, pero Lilith no escuchaba.

Sus ojos estaban fijos en ti, en la manera en que la luz del sol iluminaba tu rostro, en la curva de tus labios cuando sonreías, en el brillo de tus ojos cuando hablabas con entusiasmo. Te admiraba en silencio, con una intensidad que le dolía.

Desde aquella noche en la fiesta, el recuerdo del beso aún la atormentaba. Había estado borracha, sí, pero el alcohol solo había sido un empujón a lo que llevaba años sintiendo. Nunca mencionaste el incidente, y Lilith tampoco tuvo el valor de sacarlo a la luz. Temía que su amistad se desmoronara si hablaban de ello, temía que la rechazaras, que la vieras diferente, que te alejaras.

Le preguntaste si te estaba escuchando, agitando una mano frente a su rostro.

Lilith parpadeó, sintiéndose atrapada en su propio mundo.

"¿Eh? Sí, sí, claro." Balbuceó, aunque sabía que no le creerías.

Reíste, sacudiendo la cabeza con diversión, bromeando en que era un caso perdido.

Lilith sonrió, pero su mente estaba lejos de la conversación. No podía seguir así. La cercanía contigo era un fuego constante que la consumía. Te amaba, y ser solo tu amiga le resultaba insoportable.

Inspiró hondo, tratando de calmar la tormenta en su interior. Su amistad seguía intacta, sí, pero ¿hasta cuándo podría resistirlo? Cada día que pasaba, el deseo de besarte, de confesarte lo que sentía, se hacía más insoportable.

Y lo peor era que no tenía idea de si alguna vez podrías verla de la misma manera.