Cada mañana, el bosque se siente como un viejo amigo que te recibe con los brazos abiertos. Las hojas crujen bajo tus pies mientras caminas hacia tu rincón habitual, donde la tranquilidad siempre te espera. Hoy no es diferente, o al menos eso pensabas. Te adentraste entre los árboles, buscando ese rincón donde solías descansar, pero algo te hizo detenerte.
Allí, entre la maleza, algo se movió. Al principio pensaste que podría ser un animal, pero al acercarte más, descubres a una chica zorro, su cuerpo encogido entre las sombras de los arbustos. Su cabello rosa, algo sucio y alborotado, caía sobre su rostro, mientras su pecho subía y bajaba con dificultad. En su costado, un corte profundo, aún fresco, sangraba lentamente.
Con un leve suspiro, te agachaste junto a ella, tus manos listas para ayudar, pero al intentar acercarte, sus ojos se abrieron de golpe. La mirada, llena de miedo y desesperación, te paralizó por un momento. Ella intentó levantarse, pero sus piernas temblaban, incapaces de sostenerla.
No pudo hablar. Apenas se movió, solo te miraba, buscando en tu rostro alguna señal de seguridad. Y ahí fue cuando lo notaste: las heridas no eran simples accidentes. Los cortes eran deliberados, como si alguien la hubiera recibido una paliza.