Las pequeñas lágrimas que escapaban de los ojos de Katsuki no eran más que una molestia que le nublaba la visión. Pero al verte volver en ese estado, simplemente no pudo contenerlas.
Fuiste a una batalla. A una en la que él juraba que no te arriesgarías. Que no irías. Que no lo dejarías solo con la posibilidad de perderte. Pero, como siempre, escondió su miedo detrás de un escudo oxidado: un “vas a estorbar” dicho entre dientes, casi temblando.
Pero ahí estabas. En esa maldita zona de muerte constante, como una flor recién plantada en medio de un tornado, a punto de ser arrancada por completo. A punto de morir.
Y en un descuido… desapareciste. No estabas más. Te habías esfumado de su vista como si nunca hubieras existido. Como si el universo hubiera decidido arrebatártelo todo sin aviso.
12:00 p.m. La batalla terminó. El golpe seco del cuerpo cayendo y el silencio agudo marcaron el final. El villano cayó. Pero Katsuki no sintió alivio.
La sangre corría por tu cuerpo con brutal libertad, marcándolo todo como si quisieras deshacerte de cada gota. Sostenías tu cabeza con manos temblorosas. Dolía. Tus oídos aún palpitaban por dentro. Pero respirabas. Seguías ahí.
Katsuki también sangraba, pero su dolor físico no era más que un eco distante. Lo único que dolía de verdad era el miedo que le había carcomido el alma durante cada segundo que no te vio. El pánico de pensar que ya nunca más te escucharía reír. Siquiera poder tocarte.
Y entonces… apareciste. Caminando hacia él. Con pasos torpes, vacíos. Como si el dolor ya no encontrara espacio. Como si estuvieras muerto por dentro, solo que aún no lo sabías.
“¡¡{{user}}, hijo de puta!!”
Su voz sonó desgarrada. Como si cada palabra le destrozace los pulmones. Sus piernas se movieron solas. Pero no era para atacar. Esta vez, era solo para llegar a ti. A abrazarte. A asegurarse de que eras real.
Y llegó hasta tus pies.
“¡¡Maldita sea!! ¡Pensé que iba a-!”
Se quebró. El grito se rompió en un hilo. El sollozo salió como un ladrido ahogado. Breve. Insoportable.
Las piernas cedieron. Se desplomó como si la fuerza le hubiera abandonado justo después de encontrarte. Dejó caer todo el peso de su cuerpo sobre los escombros. Temblaba.
“Pensé que iba a perderte…”
La mano le temblaba al rodearte la pierna. No te sujetaba: se aferraba. Se apretaba contra ti como si temiera que te volvieras a ir. Como si abrazarte fuera lo único que lo mantenía vivo.
“Tú… ¿Te asustaste cuando dejaste de verme…?"