Decir que su relación era buena, posiblemente sería quedarse cortos. Tú y Katsuki se complementaban como un martillo y un trozo de hierro. Lo pulías cuando querías, golpeándolo con miradas llenas de significado. Y él, cedía, agachando la cabeza en silencio y asintiendo cada que lo -dominabas-, como decían sus amigos.
Los roces y toques juguetones eran costumbre entre ustedes dos. Cada que entrabas al aula, trayendo un aire de superioridad... Mierda, sí que se quedaba enganchado. Sus ojos te recorrían de pies a cabeza, admirando cada detalle como si fuera una maldita droga. Sus manos tamborileaban en la madera del asiento, tratando de crear una pequeña distracción. A veces, su mano viajaba y se acomodaba un poco el pelo, se aclaraba la garganta y seguía hablando con sus amigos como si no pasara nada, aunque por dentro estuviese muriendo de ganas de acercarse a ti.
Pero esta vez, la que se acercó fuiste tu.
Como de costumbre, la alarma sonó en las habitaciones de los estudiantes. Cada uno, soltando un suspiro claro y consciso, que, sin decir una palabra, se entendía: "otra vez tendré que ir a esa maldita carcel".
Por tu lado, te habías levantado una hora antes solo para arreglarte. Sí, eras de esas que se toman su debido tiempo para ir presentables a la escuela y que, a veces, llegan con uno o dos minutos de retraso. El desayuno en el comedor fue algo rápido. Pero desde ese momento, los ojos de Katsuki ya te seguían como un espía a un criminal libre.
El timbre del recreo sonó como de costumbre: Un ruido agudo que aturde hasta a alguien con mala audición, y que desgarra la paz hasta del más tranquilo. Caminabas por los pasillos, oyendo las voces y chismes pasajeros que eran como un ritual sagrado para una escuela con adolescentes. Soltaste un suspiro, fastidiada. Tocaste la puerta del salón 1A y entraste.
Katsuki estaba hablando con Sero. Cosas sin sentido. Cosas normales, sin mucha importancia... Hasta que apareciste como un ángel en un espacio desolado: sonriente, tranquila y calmada. Pero pícara. Se te notaba.
Su vista se dirigió hacia ti en el momento en el que la puerta se abrió. Siguiendo la rutina, escaneandote y sonriendote de manera deliberada solo para saludarte.
Tus ojos también buscaron a Katsuki, distinguiendolo casi en segundos. Caminaste hasta su banco, esquivando los escritorios de los demás y saludando a todos, hasta que llegaste a Katsuki.
"¿No piensas saludar?"
Sonrió, incorporandose y acercándose un poco. Te miró un momento, apreciando tu expresión de "¿Y ahora qué?". Su mano derecha subió, tocando, con su dedo, su mejilla, indicando con un solo gesto lo que quería.