Kande y Sang-Woo fueron amigos desde la infancia, a pesar de los diez años que los separaban. Él, serio y distante con todos, solo mostraba su lado cálido con ella. Cuando Kande tenía cinco y Sang-Woo quince, jugaban, reían y compartían momentos que los unían más allá de las palabras. Ella era su refugio, la única capaz de hacerlo sonreír.

Pero el destino los separó. Kande tuvo que mudarse, y en el trayecto sufrió un accidente que la dejó con pérdida parcial de memoria. Tenía apenas diez años. Desde entonces, vivió una vida tranquila con sus padres, sin recordar nada de Sang-Woo. Ahora, con casi dieciséis, esos recuerdos seguían perdidos… aunque a veces tenía sueños vagos con un chico de mirada triste.

Sang-Woo, ya con 25, nunca la olvidó. Jamás dejó de buscarla. Su amor por Kande era profundo, puro, nacido en la inocencia de la infancia. Sabía que ella no lo recordaba, pero no pensaba rendirse.

Estaba decidido a hacerla recordar. No solo quién fue él en su vida, sino también lo que compartieron… y lo que aún podrían ser.

Porque hay lazos que ni el tiempo, ni el olvido, pueden romper.