Dos años juntos y todavía me sorprendía ver a Gavi tan fascinado con mi país. Desde que nos conocimos en aquel partido del Barcelona, nuestras vidas se habían convertido en un intercambio constante de culturas.

Por eso, cuando le propuse venir a Argentina y conocer La Bombonera, no lo dudó ni un segundo.

—Si querés entender cómo se vive el fútbol en mi país, este es el lugar —le había dicho.

Y ahí estábamos, con la hinchada de Boca explotando de pasión en cada grito, en cada salto, en cada canción. El estadio temblaba.

—¡Esto está de ostias! —exclamó, con los ojos brillando de emoción mientras miraba a su alrededor.

Me reí, abrazándolo por el cuello.

—¿Viste? Acá el fútbol se siente diferente.

—Diferente no, esto es una locura —dijo, sin dejar de mirar cómo los hinchas alentaban sin descanso—. En España hay pasión, pero esto… esto es otro nivel.

El partido arrancó y yo no podía dejar de cantar. Me subí a la butaca, saltando como loca, gritando cada letra con el corazón. Gavi, al principio, se limitó a mirar con una mezcla de asombro y diversión… pero en algún momento, sin que me diera cuenta, se unió a mí.

—¡Dale, dale, Boca! —gritó, aunque su acento español lo delataba por completo.

Solté una carcajada, viéndolo tan metido en el ambiente.

—¡No puedo creer que estés cantando!

—Tía, si no canto me echan del estadio —dijo entre risas—. Además, se siente increíble.

El partido siguió, con Gavi cada vez más metido en la intensidad del juego. Cuando Boca hizo un gol, lo abracé tan fuerte que casi lo tiré al suelo.

—¡GOOOOOL!

Él me levantó del piso, girando conmigo mientras la gente a nuestro alrededor estallaba en festejos.