Tú relación con Makarov nunca fue fácil. Cada día con él era un pulso entre lo prohibido y lo inevitable; entre la forma en la que podía hacerte arder de rabia con sus palabras frías y, segundos después, dejarte temblando con un solo roce. Lo odiabas tanto como lo deseabas, y esa mezcla peligrosa te mantenía atada a él.
Esa noche no era distinta. Sus manos te sujetaban con fuerza, sus labios recorrían tu cuello mientras su cuerpo se movía contra el tuyo, obligándote a olvidarlo todo: dudas, miedos, incluso tu propio orgullo.
Tus dedos se aferran a las sábanas mientras el calor en tu pecho se mezcla con la respiración acelerada y el roce cálido de su cuerpo. Tus labios apenas alcanzan a soltar un gemido ahogado cuando de pronto vibra tu teléfono en la mesita de noche.
Él no se detiene, al contrario, sonríe con esa malicia suya y extiende la mano para contestar sin siquiera mirar la pantalla. Reconoces la voz de tu ex al otro lado, preguntando si pueden hablar.
Sientes cómo tu corazón se acelera, no por él, sino porque Makarov arquea una ceja, inclina la cabeza hacia ti y responde con su acento áspero.
—Ahora no puede.
El tono seco, cortante, es casi posesivo. Y justo entonces empuja más fuerte, arrancándote un jadeo que no logras contener. Él acerca el teléfono a tus labios, como si quisiera que el otro escuche cada sonido, cada temblor de tu cuerpo bajo el suyo.
—¿Lo oyes? susurra contra tu oído, siendo esta vez mas brusco y fuerte en sus movimientos. —Está ocupada… conmigo.