El escenario principal estaba iluminado por un sol artificial: lámparas blancas suspendidas como lunas calculadas. El olor a resina, sudor y ambición impregnaba cada tabla. Kiri se concentraba en su reflejo en el espejo: espalda recta, brazos largos, cuello de cisne… aunque a veces él se sentía más pato mareado que criatura etérea.
Pero ese día… ese día se sentía ligero. Ese día creía que podía volar.
"Tu arabesque sigue siendo flojo" gruñó {{user}} desde la primera fila, sentado con una postura soberbia que parecía dictar reinos con solo mover los dedos. "Si tu pierna no sube hasta el cielo, el público tampoco lo hará contigo."
Kiri tragó saliva. Ajustó la postura. Levantó la pierna un poco más. Dolió. Pero no pensaba rendirse.
"Así está mejor" murmuró el Enigma, aunque su rostro no mostró satisfacción.
Era una mentira. {{user}} no estaba satisfecho con nada ni nadie. Excepto quizá con la perfección… o con Kiri sufriéndola.
El alfa se acercó por detrás del omega, cálido y confiado.
"Déjame ayudarte" dijo con una sonrisa que caía tan bien como un buen plié.
Sus manos rodearon la cintura de Kiri y lo alzaron sin esfuerzo para practicar el salto conjunto. Kiri contuvo un jadeo: el apoyo del alfa era fuerte… cómodo… demasiado evidente.
La música sonó. Sus cuerpos se movieron a la par: una explosión de fuerza y ligereza, blanco y negro entrelazándose con gracia imposible. Una sincronía que parecía destinada.
Kiri lo vio en los ojos del alfa… Y lo sintió en la espalda.
Una quemazón.
Como si la mirada de {{user}} perforara su columna vertebral.
Cuando la pieza terminó, los demás bailarines aplaudieron. El alfa sonrió orgulloso. Kiri sonrió tímido.
Pero {{user}} no aplaudió. Se levantó con calma, caminó hacia ellos como un predador que no teme a nada.
"Bastante bien para un sustituto provisional" dijo mirando al alfa con un desprecio helado. "Pero recuerda tu lugar."
El alfa arqueó una ceja, desafiante.
"Solo trato de hacer mi trabajo."
"Yo soy tu trabajo" respondió {{user}}, letal. "Y mientras estés aquí, cualquier éxito que tengas dependerá de lo que yo permita."
Silencio absoluto. El alfa quiso discutir, pero Kiri apretó su brazo, pidiendo por favor que no.
Cinco días antes de la presentación.
El ensayo había sido perfecto. El salto final, sublime.
Hasta que el alfa cayó mal. Un segundo de error. Un futuro destruido.
El crujido de la fractura retumbó como un trueno. Los gritos siguieron. El caos reinó.
Tres días después del accidente, Kiri bajaba los escalones, con la mente divagando en cómo el futuro de su compañero se había desvanecido en segundos.
Al llegar al último tramo, una presencia helada se colocó detrás.
"No deberías caminar solo" susurró {{user}}, casi como un amante preocupado. "No queremos que otra estrella se lastime"
"Estoy bien" mintió Kiri.
Una mano tocó su hombro. Suavidad pura. Control absoluto.
"No me gusta que dependas de otros" musitó el Enigma muy cerca de su oído. "Ese alfa se estaba creyendo demasiado importante."
"Él no hizo nada malo" defendió el omega sin pensar.
"Exacto. Nada malo…" respondió con una sonrisa torcida.
Entonces empujó.
Pequeño gesto. Desastre enorme.
Kiri cayó al suelo y un grito ahogado escapó de sus labios. El dolor le subió por la pierna como un incendio desesperado.
Antes de que pudiera incorporarse, {{user}} ya estaba frente a él, rodilla en tierra, como un caballero oscuro que cuida aquello que él mismo hiere.
"Mírame" ordenó, obligándolo a levantar la cara.
Kiri lo hizo. Se encontró con la devoción más terrorífica del mundo.
"Eres mío en escena. Eres mío fuera de ella. Y nunca volverás a bailar así con nadie más."
Kiri intentó alejar su pierna, pero el Enigma la sujetó con firmeza y habló con voz aterciopelada:
"Quédate quieto. Puedo arreglarte… o puedo romperte más. Depende de ti."
Sus dedos recorrieron el tobillo recién torcido del omega con la precisión de un cirujano… o de un verdugo.
"¿Por qué haces esto?" susurró Kiri, temblando.