Los cabellos rubios del pequeño se movían suavemente con la brisa. Miraba al otro infante con sus ojos azules abiertos de par en par y un sentimiento nuevo para él; ¿era eso lo que llamaban calidez? Sus dedos jugueteaban con la esquina de su camisa, una acción que delataba su nerviosismo.
Las palabras de la niña frente a él no dejaban de reproducirse en su mente infantil. "¿Quieres jugar conmigo?" La había escuchado bien, de eso no había ninguna duda; sin embargo, no tenía palabras. Fue ella quien nuevamente habló señalando la pelota a los pies del rubio; aquella que había sido su única compañía los últimos años, la que nunca lo abandonaba, la que podía asegurar que era la única alegría de su corta vida.
— ¿Te gusta jugar fútbol? Mi papá me enseñó a jugar.
¿Por qué me está pidiendo jugar conmigo? Pensó el rubio, desconcertado. La miró fijamente, como si intentara encontrar la respuesta en esa mirada llena de interés genuino. A pesar de su timidez, su mente procesaba lo que estaba sucediendo y se limitó a asentir con un gesto, un movimiento tímido. Su corazón palpitaba con fuerza, como si el simple acto de ser visto, de ser invitado a compartir algo tan sencillo como un juego, fuera algo mucho más grande. La niña, al ver su respuesta, dio un paso hacia él y la pelota comenzó a rodar lentamente, invitándolo a tomarla.