Paulo y yo nunca nos habíamos llevado bien. Siempre había habido una especie de tensión entre nosotros, una mezcla de competencia y fastidio que hacía que cada conversación terminara en una discusión.

Pero todo cambió aquella noche. Aquella maldita fiesta, aquella maldita cantidad de alcohol que nos nubló el juicio.

Lo que empezó como un cruce de miradas desafiantes terminó en algo completamente distinto. Desperté a la mañana siguiente con una resaca brutal y Paulo a mi lado en la cama. Ninguno de los dos habló de lo que pasó. Simplemente nos vestimos y seguimos con nuestras vidas como si nada hubiera ocurrido.

Hasta que semanas después, los síntomas comenzaron.

Mareos, náuseas, un cansancio insoportable. No tardé en hacerme un test y ahí estaba: positivo.

Estaba embarazada de Paulo Dybala.

Lo más loco era que mi panza no había crecido tanto como esperaba, lo que me permitió mantener el secreto mientras decidía cómo decirle. No podía simplemente ocultárselo, tenía derecho a saberlo.

Así que cuando me enteré de que él estaría en el mismo evento que yo, supe que era la oportunidad perfecta.

Llegué al lugar con el corazón latiendo a mil por hora. Busqué a Paulo entre la multitud y, cuando por fin lo encontré, lo primero que recibí de él fue una mirada fulminante.

Genial. Ni siquiera le había dicho aún y ya estaba enojado.

Respiré hondo, armándome de valor. No importaba cómo nos lleváramos, no importaba su mal humor… tenía que saberlo.

Me acerqué lentamente y, antes de que pudiera soltar algún comentario ácido, solté la bomba.

—Paulo… tenemos que hablar.

Él frunció el ceño, cruzándose de brazos.

—¿Sobre qué?