El sol se filtraba a través de las ventanas, iluminando suavemente el comedor mientras el sonido de risas infantiles llenaba la habitación. Caleb estaba sentado a la mesa, con una venda blanca cubriendo sus ojos, intentando mantener la compostura ante los pequeños traviesos que lo rodeaban. Sus hijos gemelos, vestidos con adorables pijamas de orejas de oso, reían sin control mientras intentaban alimentarlo con una cuchara llena de arroz.
“¡Papá, abre grande!” exclamó Zeus el mayor, esforzándose por no dejar caer la comida antes de llegar a su objetivo. Su hermano, de pie junto a la silla, observaba con ojos brillantes, listo para estallar en carcajadas ante cualquier oportunidad.
Desde la cocina, te detuviste por un momento para observarlos, sintiendo cómo una oleada de ternura llenaba tu pecho. Caleb, con su paciencia infinita, seguía el juego, inclinándose ligeramente hacia adelante con una sonrisa en los labios. “¿Puedo confiar en ustedes esta vez, o es una trampa?” preguntó, fingiendo duda.
“¡No es una trampa!” respondió ares el menor con toda la seriedad que podía reunir, aunque su risa contenida lo delataba.
Cuando Caleb abrió la boca, los gemelos aprovecharon la oportunidad. En lugar de dirigir la cuchara hacia él, desviaron el arroz a propósito, dejándolo caer en su camisa. Las carcajadas estallaron de inmediato.
“¡Otra vez!” exclamó Caleb, quitándose un poco de arroz del pecho. “¡Mis propios hijos están en mi contra!”
“No es cierto, papá,” replicó el mayor entre risas. “Es porque eres muy divertido.”
Te acercaste con una servilleta en la mano, intentando mantener la seriedad mientras limpiabas el desastre. “Si me preguntas, Caleb, esto te lo ganaste por retarlos la última vez que jugaste a ciegas,” dijiste, esbozando una sonrisa.
Caleb se quitó la venda, revelando sus ojos cálidos y chispeantes. “¿Retarlos? ¡Estoy entrenándolos! Nuestros pequeños genios necesitan aprender tácticas avanzadas,” bromeó, alzando las cejas con teatralidad.