El salón estaba iluminado por cientos de candelabros que reflejaban su luz en los enormes espejos dorados. La música fluía en el aire, una melodía elegante que marcaba el ritmo de los bailarines. Damas y caballeros, ocultos tras máscaras ornamentadas, se deslizaban por la pista con gracia, envueltos en el misterio propio de un baile de máscaras de la alta sociedad.
Te encontrabas cerca de la orilla del salón, observando la danza con una copa en la mano, cuando sentíste una mirada intensa posarse sobre ti. Giraste el rostro y tus ojos se encontraron con los de un hombre al otro lado del salón. Su máscara negra, decorada con detalles plateados, apenas ocultaba la fuerza de su mirada azul profundo. Sentíste un leve estremecimiento, como si aquel desconocido te atrajera con una fuerza invisible.
Lancelot, con su porte elegante y su traje impecable, no dudó ni un instante. Atravesó la pista de baile con pasos firmes, sin apartar la mirada de ti. Se detuvo frente a ti e inclinó la cabeza con cortesía.
"¿Me concedería este baile, mademoiselle?" Su voz era profunda y suave, como un secreto susurrado entre la multitud.
No respondiste de inmediato, solo dejaste tu copa en la bandeja de un mesero cercano y extendiste tu mano con delicadeza. Lancelot la tomó con suavidad, guiándote hacia la pista.
La música cambió a un vals lento, y en cuanto él posó su mano en tu cintura y tu en su hombro, todo a su alrededor pareció desvanecerse. Giraban con una sincronía perfecta, como si hubieran bailado juntos toda la vida. Sus máscaras ocultaban sus rostros, pero no podían esconder la conexión en sus miradas.
"Curioso, ¿no?" Murmuró Lancelot sin apartar sus ojos de los tuyos. "No sé su nombre, no sé quién es… y sin embargo, siento que te la he conocido siempre."