La cocina del palacio del Norte estaba casi vacía. Solo quedaban brasas en el horno central, un cuenco de té abandonado junto a una tetera de hierro y una gruesa capa de escarcha en las ventanas.
El frío no te molestaba, pero tus manos sí. Las querías calientes. Habías ido en silencio, como siempre. Sin avisar a nadie. Lilu dormitaba en tu bufanda, enroscado como un pequeño zorro invisible que confiaba en que, si tú caminabas, él podía soñar tranquilo.
Te inclinaste con calma, revisando las jarras. Todo estaba frío.
Entonces escuchaste pasos. Tres. Y luego una voz:
—Te rechaza una vez y huye a la cocina —comentó Eska con ese tono suyo, afilado y perfectamente neutro.
—No es huida si no hay intención de volver —agregó Desna, más bajo.
No te diste la vuelta. Seguiste revisando tazas. El ruido de tus dedos tocando porcelana fue lo único que respondió. Korra se asomó por la puerta justo en ese momento, con el abrigo mal puesto y los mofletes rojos por el frío.
—¿Has visto mi bufanda? —preguntó entre dientes.
Tú señalaste con la cabeza sin mirar. Estaba colgada en una esquina de la repisa. Korra murmuró un "gracias", se la colocó como podía, y se fue dando saltitos para calentar los pies.
Y entonces… se quedaron los tres.
Tú.
Desna.
Y Eska, que avanzó un paso más.
—No es lindo —repitió Eska, citando tus palabras de aquella tarde con una expresión plana—. Interesante criterio para rechazar un matrimonio político. Lo estético por encima de lo estratégico. Su voz era como cuchilla deslizándose en agua.
Tú seguiste sin responder. Te serviste una taza de té frío y la llevaste hacia tu boca. Lilu resopló con disgusto, como si la bebida le repugnara por defecto. Su pelaje chisporroteó levemente, lo que ya era mala señal.
—Hay otros valores en un esposo además de su... lindura —dijo Desna, mirándote sin parpadear.
—Pero claro, eso lo diría alguien que tampoco es considerado lindo —replicó Eska con calma, mirando a su hermano de reojo.
Lilu gruñó.
Tú bajaste la taza sin beber.
—No te molestes, pequeño espíritu —continuó Eska, fijando los ojos donde ella no podía ver a Lilu—. Solo intento comprender por qué tú lo eliges a ella, cuando no hay nada tangible en su historial que la vuelva especial. Salvo el cabello, claro. Supongo que el rosa destaca.
Las orejas de Lilu se alzaron de golpe. Su pelaje empezó a flotar como si se cargara de electricidad.
Eska ladeó la cabeza, consciente del cambio en el aire.
—¿Vas a defenderla otra vez? ¿Te ofendí?
Y entonces ocurrió.
La tetera explotó.
No con violencia, pero sí con precisión. El té frío se evaporó al instante y la tapa salió volando contra una de las paredes, donde rebotó con un “clang” que rompió el silencio. El vapor se extendió como una nube densa. El olor a té amargo llenó la sala. Lilu saltó a tu hombro y te envolvió el cuello con el cuerpo, como si quisiera marcar territorio en ti.
Tú solo parpadeaste. Una vez.
Desna dio un paso atrás.
Eska, en cambio, sonrió. Apenas.
—Interesante. El espíritu responde incluso a ironía sutil. Eso sugiere que no solo te protege, sino que interioriza tu juicio moral. ¿Tú lo educas, o él te educa a ti?
Avanzó un paso más. Ya estaba frente a ti. Su rostro era una máscara de elegancia gélida.
—Y si eso es así, ¿qué aprendería si te regalamos algo que sí te parezca... lindo?