Parte 1: El susurro después del fuego
Las cenizas del combate todavía flotaban en el aire. El calor residual de las explosiones de fuego se disolvía entre la brisa suave que habías invocado para calmar los nervios del equipo. La batalla había sido dura, pero tu habilidad para ver más allá de lo visible, para leer los hilos espirituales en los cuerpos enemigos, les había salvado la vida a todos. Korra aún te lanzaba una sonrisa mezcla de orgullo y asombro mientras trataba de ignorar a Mako, que se quejaba del golpe que recibió en la entrepierna, cortesía de Lilu, claro.
—“¿Qué? Se le iba a notar que mintió sobre su entrenamiento… ¿Cómo que nivel maestro?” —susurró Lilu desde tu cuello, hecho bolita en su forma de bufanda esponjosa. Su cola ondeaba con coquetería como si nada.
Bolin llegó corriendo hacia ti con una sonrisa enorme y abierta, la clase de sonrisa que solo él podía darte sin que el corazón se te hiciera papilla.
—¡Lo hiciste increíble! —dijo, y sin pensarlo dos veces, te abrazó.
Sus brazos te rodearon con esa calidez temblorosa que siempre traía después de una batalla. Tú sonreíste contra su pecho, soltando una risita casi muda. Te encantaba ese momento de respiro entre ambos, como si el mundo se detuviera un segundo para ustedes dos.
Pero no duró.
Una ola gélida rompió la calma.
Un muro de hielo emergió entre tú y Bolin, separándolos antes de que tus brazos terminaran de cerrarse a su alrededor. El frío te inmovilizó en una prisión cristalina que avanzó como una serpiente hasta que te encontró frente a él: Desna.
Sus ojos eran dos lunas de hielo puro, sin emoción aparente, pero tú sabías leer lo que ardía debajo. Había furia contenida, un remolino de celos que ni él comprendía del todo.
—¿Cómo porque has iniciado contacto físico con otro hombre? —preguntó con voz suave, controlada… peligrosamente quieta.
Lilu emitió un “¡Uuuh!” largo, y su cola se erizó.
—Prepárate preciosa… El hielo del Norte no perdona.
—Desna, no fue así… —intentaste hablar, pero tu cuerpo aún estaba atrapado, como si él quisiera que te quedaras ahí para que no pudieras escapar de su juicio.
—¿No fue así? —repitió él, dando un paso hacia ti—. Entonces explícame por qué tu risa suena como una promesa y por qué Bolin parece un perro que encontró hueso nuevo.
Sentiste que tus mejillas ardían, pero no por vergüenza. Era indignación.
—¡Él es mi amigo! —dijiste con firmeza—. Y yo no tengo dueño, Desna. Nadie me encierra en hielo porque sonrió.
—Pero sí sonríes solo para él, ¿no? —replicó él, con tono tan bajo que te atravesó el alma—. Yo fui el primero en llamarte prometida… y tú fuiste la primera en robarme el alma con una danza. ¿Ahora me vas a decir que lo que pasó entre nosotros no significó nada?
Tu corazón dio un vuelco.
El hielo se quebró, no por él, sino porque tú lo decidiste. Con un solo movimiento de tus manos, el muro se disolvió en niebla que giró a tu alrededor como un velo.
—Lo que pasó entre nosotros... fue real —susurraste—. Y por eso me duele que creas que soy cualquiera.
Él no respondió con palabras. En cambio, tomó tu muñeca con una firmeza casi ceremonial. No dolía, pero no podías ignorar la electricidad entre ambos.
—Ven conmigo —ordenó—. Vamos a hablar.
—¿A tu manera? —preguntaste, con una mezcla de burla y anticipación.
—Sí —dijo él, sin titubear—. A mi manera.
Y te llevó.
Te arrastró por los pasillos de la posada como si el mundo no existiera, como si cada paso que dabas lo acercara más a la única verdad que temía aceptar: que te amaba, pero no sabía cómo hacerlo sin volverse hielo.
Lilu te miró desde el borde de tu hombro con expresión dramática.
—Ay amor… ¿y ahora cómo le vas a explicar que tú también le quitaste la virginidad a Bolin?