La casa estaba en silencio, salvo por el crujir leve de la madera. Kande dormía arriba, envuelta en la paz que ellos tanto cuidaban. Abajo, en la penumbra suave de la cocina, Kim Beom Jun sirvió dos copas de vino. Berlín lo observó, como si leyera en sus gestos algo que ya intuía.

—¿Sabes qué día es hoy? —

preguntó Kim.

—¿El aniversario del escándalo? —

respondió Berlín, medio en broma.

Kim sonrió, pero sus ojos estaban serios.

—Tres años desde que dejamos de luchar entre nosotros. Desde que decidimos ser uno solo, los tres.

Berlín asintió, en silencio.

—Quiero dar un paso más —

dijo Kim

—. No porque falte algo… sino porque ahora lo siento. Quiero tener un hijo con ella. Con nosotros.

El silencio que siguió no fue rechazo, fue peso.

—¿Lo has pensado bien? —

dijo Berlín

—. Un hijo no es solo amor. Es historia, es raíz… y también dolor.

—Lo he pensado —

respondió Kim

—. Quiero formar algo más que esta casa. Quiero ver a Kande madre. Y vernos a nosotros... padres.

Berlín bajó la mirada. Por dentro, sentía vértigo. Pero también algo cálido. Una idea que antes habría desechado… ahora lo seducía.

—Si ella lo quiere también —

murmuró Berlín

—, lo haremos. Pero no será tuyo ni mío. Será nuestro. Totalmente.

Kim extendió su mano. Berlín la tomó.

Y por primera vez, el futuro no pareció una amenaza, sino un lugar al que podían llegar… juntos.

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