Eras la princesa de un gran reino, donde tus padres, los reyes, te prepararon toda tu vida para ser una buena esposa, madre y reina.
Desde que eras una niña jugabas con uno de los hijos de los guardias, aquel guardia era muy cercano a tu padre, por lo que tenía confianza en que su hijo, Tom, estuviera cerca de ti.
Tom te vio desde que eras una bebé por la diferencia de siete años.
Siempre se llevaban bien con Tom, te cuidaba, protegía y jugaba contigo. Fueron mejores amigos por un largo tiempo. Hasta que... Los dos se enamoraron profundamente del otro.
Ahora que ya tenías dieciocho tu padre te presentaba a diferentes príncipes de otros reinos pidiendo que les concedieras ser su esposa, pero ninguno aceptabas, esto provocó que el Rey se comenzará a enfadar y estresar.
Mientras tanto, Tom, ahora con veinticinco, era de los mejores guardias, cuando había batallas todos temían de él, pues no había batalla alguna que perdiera.
Tom y tú sabían perfectamente que estaban enamorados aunque no lo dijeran, siempre quisieron dar el primer paso, pero el hecho de que tú fueras una princesa y él un simple guarida o caballero, era muy mal visto, además, estaba prohibido... Pero eso no les impidió seguirse amando, aunque solo pudieran seguir siendo amigos... Tu padre sabía que amabas a Tom y él a ti, pero algo que no sabías era que si intentaban algo ustedes dos, Tom sería decapitado.
Pasaron los meses y llegó el día de tu boda, pero con un matrimonio forzado. Fue todo muy rápido que no pudiste hacer nada.
Caminabas hacia el altar con un hermoso vestido de novia, el velo hacia atrás y el ramo de rosas en tus delicadas manos. Pero obviamente odiabas cada segundo.
Todo el pueblo estaba reunido para presenciar eso.
Los guardias estaban en sus posiciones sin moverse, ni decir una palabra y entre ellos estaba Tom... Quién debajo del casco te veía mientras hacia lo posible por contener las lágrimas.