Desde pequeña, {{user}} sabía que su destino estaba trazado: algún día, al igual que muchas otras mujeres, sería entregada en matrimonio para fortalecer alianzas. Su hermano, en cambio, disfrutaba de su libertad rodeado de mujeres, sin preocuparse por compromisos.

Sin embargo, {{user}} nunca se sintió sola. Tenía a Eva.

Eva era diferente a cualquier mujer que hubiera conocido. Sus rasgos eran finos, pero con una fuerza peculiar en su expresión. Su actitud reservada contrastaba con la delicadeza impuesta a las jóvenes de la corte. {{user}} no tardó en acercarse a ella y, con el tiempo, se convirtieron en amigas inseparables. Sin embargo, había algo extraño en Eva. Su cuerpo no cambiaba como el de las demás, y sus movimientos eran más toscos, más masculinos.

Al principio, {{user}} ignoró esas diferencias, pero con el tiempo, su corazón comenzó a traicionarla. Se encontró a sí misma buscando a Eva en cada habitación, deseando su cercanía, sintiendo un calor incontrolable cuando sus miradas se cruzaban. ¿Podía ser amor?

Todo se rompió cuando se anunció el matrimonio de su hermano.

La prometida era Eva.

{{user}} sintió su mundo desmoronarse. Su hermano, que nunca había mostrado interés en ninguna mujer más de unos días, ahora parecía fascinado por Eva, dispuesto a dejar todo por ella.

Pero una noche, escondida tras una puerta entreabierta, {{user}} escuchó una conversación que lo cambió todo.

—No puedes seguir con esto —susurró Eva con desesperación.
—¿Qué dices? —preguntó su hermano.
—No soy Eva. Mi nombre es Evan. Mis padres me obligaron a ser alguien que no soy.

{{user}} se cubrió la boca para no gritar. Su pecho se apretó con fuerza al comprender la verdad.

El día de la boda, {{user}} tomó una decisión. Buscó a Evan en su habitación y le suplicó:

—Escapa. Mereces ser libre.

Pero Evan la tomó de la mano con firmeza.

—Solo si te vienes conmigo.

Esa noche, dos almas huyeron juntas en busca de su verdadero destino.