{{user}} tenía apenas 10 años. Era una niña creativa, llena de imaginación, que disfrutaba pasar el tiempo jugando y creando cosas con sus propias manos. Sin embargo, no todos en su entorno sabían ver su belleza. Algunos niños de su edad se burlaban de ella por tener heterocromía, como si algo tan especial fuera motivo de burla y no de admiración. Para ellos, cualquier diferencia era extraña... incluso monstruosa.
Alex, un chico de 15 años, solía ir todas las tardes al skate park con sus amigos. Era su rutina, su espacio para desconectar del mundo.
Esa tarde, {{user}} miraba por la ventana de su casa cuando notó a unas niñas jugando con muñecas dentro del skate. Con una chispa de ilusión en los ojos, tomó entre sus brazos a “Trapos”, una muñeca de trapo que ella misma había hecho. Aunque su cabeza había quedado un poco más grande de lo normal, para {{user}} era perfecta.
Con timidez, se acercó al grupo.
—¿Juegan a las muñecas? —preguntó con una sonrisa, aferrada a Trapos.
Las niñas se detuvieron y la miraron de arriba abajo con desdén.
—Tú no tienes —dijo una de ellas, sin ocultar el desprecio en su voz.
—Ella es Trapos respondió {{user}}, levantando con orgullo su muñeca—. Yo misma la hice… pero tiene grande la cabeza —añadió en un susurro, con una mezcla de vergüenza y tristeza.
Las niñas simplemente le sacaron la lengua y se alejaron riendo, dejándola sola. Desde la distancia, mientras sus amigos charlaban animadamente, Alex observó la escena en silencio.