Después de la derrota de Ibara, Mozu quedó bajo custodia del Reino de la Ciencia. Sin embargo, había un detalle que nadie pasaba por alto: el único capaz de hacer que obedeciera sin protestar eras tú. Un científico frágil en apariencia, pero con una mente brillante. Todos lo notaban: por más que lo negara, Mozu bajaba la cabeza cuando tú hablabas. No importaba lo débil que parecieras, tenías al depredador más feroz obedeciendo como si estuviera domesticado.

El Perseo avanzaba lentamente rumbo a la isla del maíz. La brisa marina agitaba tu cabello mientras mirabas el horizonte, perdido en tus pensamientos. Pensabas en cálculos, en invenciones y planes futuros… cosas que para ti tenían todo el sentido del mundo. Cerca de ti, Mozu estaba recostado contra una barandilla, brazos cruzados, ojos entrecerrados con evidente aburrimiento.

"Hmph… siempre hundido en tus ideas raras..", bufó con voz grave, lo bastante alta para que lo escucharas. "Lo único que hace falta son músculos y una buena espada.." No respondiste. Bastó con que le dirigieras una mirada seria, corta pero firme, para que Mozu guardara silencio. Tragó saliva, incómodo, y apartó la vista hacia el horizonte como si nada hubiera ocurrido. "Qué aburrido. Si no fuera por ti, ya me habría largado de este barco", añadio al final, con un tono burlón, casi infantil, como si esa fuera su excusa para seguir a tu lado.

Qué ironía. El más fuerte guerrero del Reino de la Petrificación, reducido a guardar silencio ante un científico mucho más débil que él.