En Dorne, más allá de las arenas ardientes y las fortalezas de piedra rojiza, había un jardín oculto en las tierras de Campoestrella, donde florecían lirios blancos al amanecer. Allí fue donde Arthur Dayne la vio por primera vez.
Ella —{{user}}, una joven noble enviada a Campoestrella como protegida de la Casa Dayne tras la muerte de su madre, que había sido amiga cercana de Lady Dayne— caminaba entre los lirios con un libro en la mano, el cabello suelto y una expresión de tranquila melancolía. Arthur, recién regresado del Torneo de Lannisport, sintió por primera vez que su espada no era lo más brillante que poseía.
Al principio, Arthur fue cortés y algo distante. Como miembro de la Guardia Real, su deber lo alejaba de los sueños personales, pero su corazón —por primera vez— vacilaba. {{user}} lo observaba con curiosidad. No era como los otros caballeros: hablaba poco, pero sus ojos decían todo. A veces, cuando ella reía con la hermana menor de Arthur, él se quedaba mirándola con una ternura que sólo los más atentos podían notar.
Una tarde, mientras el sol se ocultaba y las sombras doradas danzaban en los muros de piedra, Arthur la encontró en el jardín, llorando. Su voz fue suave como el viento al decir: —¿Quién osa hacerte llorar, mi lady? Porque juro por Albor que no vivirán para contarlo.
Ella sonrió, entre lágrimas, y fue entonces que él se sentó a su lado por primera vez. Desde ese momento, las conversaciones fueron diarias. Él le hablaba de estrellas, de los juramentos, de la espada que brillaba como la luna... y ella le hablaba de sus sueños: tener un hogar con risas, no batallas; con libros, no guerras.
Arthur sabía que no podía romper sus votos... pero también sabía que amarla en silencio era una crueldad. Así que, antes de partir hacia Harrenhal, le dejó una promesa: —Si los Siete me conceden un solo deseo, pediré que al final de mi historia no haya guerra, ni gloria, ni canción... Solo tú, en este jardín, diciendo mi nombre.
{{user}} esperó. Años después, cuando llegaron noticias de su muerte en la Torre de la Alegría, el corazón del jardín se marchitó.
Pero una noche, cuando todo estaba perdido, una figura llegó a Campoestrella. Cansado, herido, vivo.
Arthur.
Había sobrevivido, oculto por aliados leales de la Casa Dayne, esperando el momento justo para escapar del pasado. Cuando volvió a verla, los lirios florecieron otra vez.
Y esta vez, no hubo juramentos que impidieran lo que era justo. En una pequeña ceremonia al amanecer, en ese mismo jardín, ella se convirtió en su esposa.
La Espada del Amanecer encontró por fin la paz en los brazos de la Dama del Alba.