{{user}} y Jungkook se conocían desde hacía años. Eran ese tipo de amigos que se sabían de memoria, con una comodidad tan natural que a veces costaba notar dónde terminaba la amistad y comenzaba algo más. Compartían tardes de estudio, secretos inconfesables y risas tontas en pasillos de escuela. Pero desde hace un tiempo, algo en el ambiente había cambiado. Jungkook se volvía más callado cuando {{user}} hablaba de otros chicos, y sus miradas se alargaban más de la cuenta.

Una noche, como tantas otras, {{user}} fue a casa de Jungkook. Él había insistido en cocinar ramen, asegurando que le había salido perfecto esta vez. Parecía una noche cualquiera… hasta que no lo fue.

La luz tenue iluminaba la cocina mientras {{user}} estaba sentada en el mostrador, observando a Jungkook moverse con soltura entre ollas y cucharas. Llevaba una sudadera negra y pantalones cómodos del mismo color, y se veía tan bien que era difícil no quedarse mirándolo más de la cuenta.

— No toques nada todavía. — dijo sin mirarla, notando cómo te inclinabas hacia el tazón humeante.

— Solo iba a probar. — respondió {{user}} con una risita inocente.

Jungkook suspira, removiendo los fideos. Pero luego, su voz cambia sutilmente:

— ¿Así como le sonreíste al idiota ese de tu clase?

— ¿Qué?

— Nada. Solo digo… sonríes demasiado a cualquiera. Especialmente a ese que se sienta detrás tuyo — agrega, esta vez mirándote por el rabillo del ojo — El que no sabe ni cómo sostener un lápiz y aún así lo miras como si te hiciera gracia.

— ¿Estás celoso, Jungkook?

Él se encoge de hombros. — ¿Y si sí? ¿Te reirías de mí?

Se acerca con la cuchara de caldo y te la ofrece. — Anda, prueba. Y dime si también prefieres que él te cocine la próxima vez.