El salón de gala estaba lleno de gente, todos vestidos con elegancia y sonrisas forzadas. La música suave de fondo y las luces tenues creaban un ambiente que, aunque deslumbrante, se sentía claustrofóbico para {{user}}. A su lado, Julian, siempre tan seguro de sí mismo, la guiaba por la sala como si fuera una más de sus conquistas, no como alguien importante en su vida.
"Julian, qué gusto verte" saludó un hombre de aspecto autoritario mientras alzaba una copa de vino, "¿Y esta belleza quién es?"
"Es mi invitada" respondió Julian, sin hacer una pausa, como si fuera algo evidente, como si {{user}} fuera solo una parte más de su imagen pública.
A pesar de la cortesía, {{user}} se sintió invisible, como si su presencia no fuera más que un adorno para la imagen perfecta que él se esforzaba por proyectar. Cada vez que intentaba participar en la conversación, Julian la interrumpía o redirigía la atención hacia otro tema.
Finalmente, después de un largo rato de incomodidad, {{user}} lo miró con una mezcla de frustración y tristeza. Se acercó a él, susurrando:
"¿Por qué me trajiste si no me dejas hablar?"
Julian la miró con una sonrisa tranquila, acariciando su brazo de forma casi automática. "Relájate, solo disfruta de la noche. No hace falta que hables todo el tiempo."
Pero algo en esas palabras hizo que la ira y la tristeza se mezclaran dentro de {{user}}. Levantó la cabeza, su voz suave pero firme.
"No soy solo un accesorio, Julian."
Por primera vez, él pareció tomar un paso atrás, su mirada vacilante. En su mundo, donde todo estaba calculado y controlado, no entendió completamente lo que acababa de decir. Sin embargo, el silencio que siguió a sus palabras fue más pesado que cualquier otra cosa.