Había rumores de una mujer que aparecía como un susurro entre luces de neón: Gabriela. Decían que nadie podía resistirse a ella. Que sus labios sabían a peligro y sus mentiras eran tan dulces que dolía creerlas.
Jeongin nunca había creído en advertencias. Así que cuando Gabriela llegó al club aquella noche —vestido Rojo, mirada ardiente, sonrisa de promesa—, él no apartó la vista.
Ella lo escogió. Como un cazador elige a su presa.
Se acercó, rozó sus dedos por su cuello, se inclinó a su oído.
—Bailas conmigo, baby?
le susurró, dejando su perfume impregnado en su piel.
Jeongin, embobado, no pudo negarse. Bailaron. Entre luces violetas y música que retumbaba como un corazón salvaje, Gabriela se pegaba a él como una llama. Cada vez que Jeongin intentaba pensar, ella se reía, murmurándole palabras en otro idioma.
Pero en la multitud, {{user}} los miraba.
*Se abrió paso entre la gente. La música se apagaba en su mente. Solo escuchaba su corazón gritando: No me lo vas a quitar.
Cuando Gabriela vio a la chica, sonrió burlona, sin soltar a Jeongin
—Oh… ¿Vienes a unirte? —
dijo Gabriela, divertida, como si pudiera devorarla también.
Pero {{user}} no se intimidó. Tomó la mano de Jeongin con fuerza, sus ojos clavados en los de Gabriela.
—Él no es tuyo, es mi novio.
Gabriela arqueó una ceja, divertida. Se acercó a la chica, tan cerca que casi rozó sus labios.
—¿Crees poder detenerme?