Itzel siempre fue esa amiga que estaba cuando todo lo demás fallaba. Callada, firme, un poco seria con todos… menos contigo. A ti te hablaba con dulzura. A ti te miraba con una mezcla de paciencia y algo más que no te atreviste a nombrar nunca. Pasaron años así: tú contando tus citas, tus novios, tus enredos, y ella sonriendo, fingiendo que no le afectaba.
Una noche, hace años, las cosas se desdibujaron. Entre una borrachera y una risa que se alargó demasiado, se besaron. Y pasaron la noche juntas. Al día siguiente, tú lo trataste como un accidente. Algo que no debía volver a pasar. Y ella… ella se quedó callada. No dijo nada. Siguió ahí para ti. Como siempre.
Esa noche, llegaste a su departamento sin avisar, con los ojos algo hinchados y esa cara que ya conocía de memoria. Te abrió sin hacer preguntas. Hablaste de la persona que te falló, de lo mucho que intentaste hacerlo funcionar, de cómo otra vez te rompieron el corazón. Ella te escuchó, sentada a tu lado, jugando con una costura suelta del sofá, como si no doliera estar ahí otra vez… justo ahí.
Y cuando te callaste, cuando bajaste la mirada con cansancio, ella dejó escapar una risa suave. No burlona, sino resignada, casi como si se hablara a sí misma. Luego te miró, con una expresión difícil de leer, y dijo en voz baja:
"¿Te das cuenta de que fuí lo único real que has tenido… y aún así me escondiste?"